Fusión
Es el tiempo de los regalos, ha llegado el mejor mes y
mi maestra de primaria corría al bodegón para darme lo que más agradaba a mi
paladar, siempre le acompañaba a los actos públicos y tuvo la delicadeza de
enseñarme protocolo y como salirme rápido de conversaciones extrañas. Fui muy
recurrente con ella, y en su vivienda existía un canasto discreto hecho de
fibra de Bora y Moriche, allí encontramos de todo, dulces, lápices, bolígrafos,
una botella de vino, agua con gas, soda y dos peluches pequeños. El interior de
su casa portaba un gran corredor con sillas para invitados, ella, un buen día
decembrino me llevo a un bodegón para que conociese a un futuro presidente de
la república, Carlos Andrés Pérez.
Ciudad Ojeda, era una comunidad muy apacible y
fiestera. Los negocios de alimentos y bodegones cerraban muy tarde, sus
residentes se sentaban en las panaderías y fuentes de soda para degustar
almendras, turrones, pan de jamón y
cervezas. El olfato les advertía, el más mínimo detalle que incluía las
hallacas y bollos pelones. A que mi tía Mélida de Ferrer, mamá, la maestra y
algunos vecinos colocaban grandes mesones para la tertulia cada atardecer y
junto al bramido de las vacas, toretes y becerros, la velada era muy hermosa,
cuando pequeño, veía a Rómulo Betancourt llegar con sus papeles y sentarse con
Luis Vera Gómez dialogar fuertemente en el compromiso con el Zulia.
No podía faltar una vinada afrancesada de color
rosado, preparado por un experto caraqueño para las damas invitadas y se repartía
ya casi partiendo la media noche. Era como champanizado y Nelly de Pineda me
daba una botella a esconder en la otra casa, distante unos doscientos metros y
enterrarla en la arena junto a un naranjal y matas de plátano. Era un liquido
rosado burbujeante y se debía tomar bien frio y tenia frambuesas, duraznos y
algo de fresa, ya empezaban a cultivarla algunos granjeros en la Colonia Tovar
junto a unas salchichas de puro cerdo y carne de toretes jóvenes.
Todos, reunidos en sentimiento e identificados el uno
con el otro, mi tía Mélida era muy liberal y feminista, con un carácter ajustado
nos ayudo a pensar y sentir, ya que la mujer era puro sentimiento, le hablaba a
papá con cocotazos de mujer luchadora y arraigada a sus principios sociales
como políticos, pero era socialmente agradable, chicharachera y jocosa, hacia
bien el papel de mujer, fiel en la cama y en los asuntos del hogar, Pineda
siempre le veía con sonrisas y ojos muy abiertos, nos sentábamos en la parte de atrás de la casa en un gran
piso.
Me encanta las interferencias, entre libros y lectores
uno se asusta por el arrastre de la escritura que crea estereotipos en un
entorno cultural que debe darle fuerza a la vida, por eso, transitamos una relación
amorosa que recorre el mundo de la televisión, soledad y el desarraigo. Por
esto, hay tantas mujeres y hombres aislados en el aspecto sexual. Escribimos
parte de nuestra vida, pero, en el fondo existe un andamiaje que nos arrastra a
un círculo.
La vida es una luz- Edith Suyai Moncada- y debemos
verla en su propia esencia para dar con sus pasos, es el momento de sacar todas
nuestras cosas del pasado y crear simbólicamente nuestras propias penitencias
para lograr una vida de buen gusto y conocedora de la amenidad. Es atreverse a
ser retrospectivo para afeitar las arrugas de nuestra vejez.
Mi maestra se perdió en el tiempo. Pero, queda su
imagen intacta en esa Lagunillas- Zulia- de la década del cincuenta (1950-1960).
Sentía que la perdía, pero mi memoria se encadenaba para darme una realidad
lejana y cercana. Aprendí de ella, leer rápido y escribir garabatos que son
historias de relatos que desgarran mi alma, al concebir su imagen. Adiós y
Presente, Clara. Una andina de corazón
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