La Tecla Fértil
Los griegos y fenicios fueron determinantes al tomar la
decisión de navegar el Mediterráneo, durante el primer milenio C. De esta
manera, aprovecharon para fomentar campamentos y asentamientos en el norte del
África, Italia y España Así la cultura y costumbres árabes se entremezclo entre
los grupos y aparecieron las ciudades polis, originando un movimiento
migratorio del campo a la ciudad, que fue dándose en todas las civilizaciones,
hasta el día de hoy.
El Imperio Romano se expandió y las invasiones bárbaras y
los vikingos, tomaron el testigo viajero en sus cayucos y sus drakkars para
navegar mares, ríos y territorios de aguas dulces. Sus exploraciones y
conquistas le permitieron llegar hasta Irlanda y Gran Bretaña, arribaron hasta
las costas de Canadá, atacaron varias localidades gallegas y penetraron por el
Guadalquivir hasta Sevilla.
1492, es la fecha de los grandes movimientos migratorios,
los avances geográficos y técnicos permitieron el traslado controlado de personas
a las nuevas colonias ultramarinas, bajo la dirección de los gobiernos o a
cargo de compañías mercantiles. Las naciones europeas -España, Portugal,
Francia, Inglaterra, Holanda, Bélgica, Alemania- se expandieron por África,
Asia y, sobre todo, América. Si Europa, por su alta densidad demográfica, ha
sido una cantera de emigrantes, América es la eterna tierra de promisión. La
inmensidad de su territorio, repleto de riquezas naturales, y la bajísima tasa
de población, eran un reclamo irresistible para los colonizadores, que
emprendieron una nueva vida lejos de las guerras que sacudían Europa.
Como contrapartida, su
llegada fue devastadora para los pueblos de América Central y del Sur (mayas,
aztecas, incas...), cuyas culturas fueron aplastadas y su población mermada por
las enfermedades introducidas por españoles y portugueses. En el Norte la
colonización francesa y anglosajona también fue fatal para los indígenas, que
vieron trastocados sus modos de vida y acabaron exterminados o confinados a
reservas.
En todo caso, mientras las
colonias se mantuvieron dependientes de las metrópolis, los traslados
presentaron cifras reducidas. Se calcula en 100.000 el número de españoles
inmigrados a la América hispana durante el primer siglo colonial (1492-1600).
Sin embargo, a partir de la emancipación de los Estados americanos a inicios
del siglo XIX, hasta la primera mitad del XX, se produjo el mayor trasvase de
población de la Historia.
Estados Unidos de
Norteamérica, busca detener los movimientos migratorios a su tierra originaria
en este tiempo. Donald Trump, cumple el programa ideado por el parlamento desde
la época de Ronald Reagan, la diferencia estriba es la orientación religiosa de
los nuevos movimientos migratorios, aparte de que algunos grupos humanos no
tienen una calificación laboral, esta el idioma y escapan de sus tierras por
hambre y desolación social, un ejemplo en América, lo tenemos en Venezuela y
Nicaragua, pero, Daniel Ortega es una excepción, es un guerrillero nato bajo el
símbolo del sandinismo, que junto a su hermano Humberto fue la semilla creativa
del imaginario marxista, pero, el tiempo lo convirtió en un dictador feroz con
su cuerpo paramilitar, muy lejos del sentimiento revolucionario de Fidel
Alejandro Castro Ruz y Ernesto Guevara De La Serna. Así, ha pasado, con los
otros presidentes progresistas, han derrumbado el ideal de la justicia social y
la equidad ideológica.
Claro, los niños en guarderías y galpones
estadounidenses, deben ser regresados a sus padres y deportados, haciendo una aclaratoria
definitoria sobre el peligro que representan los grupos terroristas islámicos,
tanto en Estados Unidos de Norteamérica como en Europa.
En esos años de conquistas, se ocuparon casi
todas las tierras despobladas del mundo, en un movimiento libre de cortapisas
legales, incentivado por los países de acogida. Era un fenómeno de tipo
individual, no regulado por los gobiernos, sino alimentado por los propios
emigrantes: gente impulsada por el sueño de hacer fortuna o, al menos, de
alcanzar una vida mejor.
Hubo migraciones dentro de
Europa, desde el Sur (Italia, España, Grecia) hacia el Norte (Francia, Reino
Unido) y del Este (Rusia, Polonia) hacia el Oeste (Alemania), pero la mayoría
miraba hacia la otra orilla del Atlántico. Se estima que entre 1800 y 1940 cruzaron el
charco 55 millones de europeos, de los que 35 se establecieron de modo
definitivo; entre ellos, 15 millones de británicos (ingleses e irlandeses), 10
de italianos, 6 de españoles y portugueses, 5 de austriacos, húngaros y checos,
1 de griegos, alemanes, escandinavos. Lo expresa, las estadísticas migratorias
declaradas.
Estados Unidos, donde a inicios del siglo XX entraban 1.300.000 extranjeros al año, fue el primer país en acoger oleadas masivas de inmigrantes, ejemplo que luego seguirían Australia, Canadá, Argentina, Brasil y Uruguay; estas tres últimas naciones recibieron a 12 millones de personas, sobre todo italianos, españoles y portugueses hasta 1940. Muchos asiáticos también emigraron a América, especialmente japoneses a Brasil y chinos a EE UU. Sin embargo, el grueso de la emigración de ese continente se produjo a países vecinos: unos 14 millones de chinos se marcharon a Indonesia, Tailandia, Malasia o Vietnam.
La emigración tuvo como
objetivo inicial la colonización agraria en los solitarios espacios del Oeste
norteamericano o las llanuras del Chaco, la Pampa y la Patagonia en Argentina y
Chile.
En 1848, continuó la jauría
de lobos en América del Sur, en ese año, se inició la fiebre del oro, pensando
en el Dorado venezolano. Caravanas de buscadores, mineros y aventureros que
poblaron rápidamente la región. Pero desde finales del XIX, la mayoría de
emigrantes dirigieron sus pasos a ciudades como Nueva York, Chicago o Buenos
Aires.
En el gobierno de Hugo
Chávez Frías se abrieron las válvulas a emprendedores para que se desatara una
furia bestial para apoderarse de las riquezas ocultas en nuestras cuencas de
agua. La sed marxista se despertó entre chinos, iraníes y rusos por el coltán,
oro, petróleo, diamantes, agua y nuestro granito.
Las ideas izquierdistas de occidente, jamás serán del agrado
chino y de los rusos. Poco reflejan el heroísmo de su gente, son formalistas
dadas por sus dictadores
Los intelectuales
progresistas de Dinamarca, en una oportunidad se refirieron a los europeos como
fundamentalistas culturales y, que desde allí debían formar el fundamentalismo islámico
y esta tarea, debe ser regida no por ciudadanos autóctonos, sino por quienes
militen en partidos políticos posesionados por la izquierda provenientes del
exterior, léase África o Arabia, para romper el secularismo y el cristianismo.
Claro, es un programa de largos plazos y ciclos. A la vez, comprende interferir
e introducirse en el territorio norteamericano.
Venezuela no escapa a este
planteamiento y el islamismo copa el interés de muchos ciudadanos, porque más
de la religión, ellos quieren controlar el corazón amazónico desde Guayana,
territorio esequibo y occidente. Lo lamentable es que grupos izquierdistas
apoyan este segmento de interferencia militar en América Latina, sobre todo en
Venezuela, quedando nuestro país a futuro reducido a cuatro o cinco Estados, es
decir, lo que llamamos el centro del país y, tenemos a nuestros soldados
cuidando alimentos y distribuyéndolos, dejando a los civiles alejados de toda
actividad secular.
El “fundamentalismo
cultural” sería una construcción propiamente europea a la que
no son ajenos los ciudadanos autóctonos que se cuentan entre los más
progresistas, incluso entre quienes militan en partidos políticos claramente
posicionados en la izquierda, y consiste en exigir a los inmigrantes, y
particularmente a los inmigrantes musulmanes, que abandonen su religión y que
se asimilen totalmente al entorno donde viven.
En 2014 se publicó
Islamic Movements of Europe, un volumen hercúleo que recoge casi setenta
estudios sobre el islam europeo escritos por decenas de especialistas. Sus
editores, Frank Peter, profesor de la Universidad de Berna, y Rafael Ortega,
profesor en la Universidad de Granada, guían al lector a través de un mundo que
está a su lado pero que muchas veces se ignora o simplemente no se ve, a pesar
de la gran relevancia que tiene para el conjunto del continente.
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