Hombres
que hacen Historia
Ya Cuba, (La Habana), no refleja la gran incógnita
para Moscú. La penetración estratégica del Kremlin en Centroamérica viene dando
sus frutos y, los movimientos de Vladimir Putin son claves para motivar a
Daniel Ortega Saavedra a impactar toda la región.
Uno de
los jefes del Comando Sur estadounidense, Kirt Tidd, advirtió en una
oportunidad que «los rusos están llevando adelante una actitud inquietante» en
Nicaragua, lo que «impacta en la estabilidad de la región». Estados Unidos no
está alarmado, pero sí vigilante, ha dicho The Washington Post.
En un abril
fue inaugurada la estación Chaika, en las inmediaciones de la laguna de Nejapa,
un antiguo cráter situado al suroeste de Managua. Oficialmente es una estación
terrestre del sistema navegación por satélite ruso Glonass, versión alternativa
del GPS estadounidense y del Galileo europeo. Las instalaciones están a cargo
de Roscosmos, la agencia espacial de Rusia, y a ellas accede solo personal
ruso. El proyecto ha sido llevado a cabo con completa opacidad, sin ofrecer
información sobre el contrato con Roscosmos, los costes y características de
las instalaciones y su funcionamiento.
Rusia está creando una red de estaciones para
ese sistema de navegación (Roscosmos dice que también hay en Brasil, Sudáfrica
y la Antártida y que pronto abrirá más en otros países), pero «la curiosa
cercanía a la embajada de Estados Unidos y el exagerado tamaño invitan a la
sospecha», afirma un grupo de generales estadounidenses. Expertos consultados
por BBC Mundo llegan a la misma conclusión: después de haber cerrado al término
de la Guerra Fría la base de escuchas que tenía en Cuba, Rusia estaría procurando
disponer de nuevo de estaciones fijas de espionaje en el Gran Caribe. Pero, sin
contar con la ayuda de Raúl Castro y de Venezuela por las debilidades del
gobierno, en torno a los espionajes.
El
Gobierno de Daniel Ortega ha promovido la autorización de entrada en el país de
unos cuatrocientos militares extranjeros. Básicamente se trata de tropas rusas,
oficialmente presentes para fines de adiestramiento en operaciones humanitarias
y militares y para participar en ejercicios conjuntos. También incluye las
tripulaciones de barcos de guerra rusos que hacen escala en Nicaragua, cuyo
El
Gobierno nicaragüense está buscando financiación para construir un puerto de
aguas profundas en su costa caribeña. En 2015, Ortega anunció que sería en las
inmediaciones de Bluefields, reconociendo con ello implícitamente que el canal
de Nicaragua es ya un proyecto fracasado (el trazado de este preveía tener el
puerto en otro punto). Ortega espera financiación de Taiwán (otra muestra de
que el canal chino está muerto) y de otros países, entre ellos Rusia.
China no
quiere invertir en Latinoamérica, su paso por ella, refleja un carácter
estrictamente comercial, ya que, en lo militar, el ejército y la marina de las
aguas del Sur se encuentra con carencias que van desde lo estratégico a
políticas de vanguardia en defensa del narcotráfico y del terrorismo.
En 2016
llegaron a Nicaragua los primeros veinte tanques T-72B de los cincuenta
acordados a Rusia. Aunque se anunció un precio de 80 millones de dólares,
posteriormente el Gobierno nicaragüense vino a reconocer que se trataba de una
donación. Se desconoce si son donaciones o compras otro armamento ruso enviado
ya Nicaragua o que Moscú se ha comprometido a enviar: en la lista figuran
cuatro lanchas patrulleras, dos embarcaciones lanzamisiles y un número no
especificado de aviones de combate y entrenamiento; con anterioridad Nicaragua
obtuvo doce sistemas de defensa antiaérea y dos helicópteros.
Con la
ayuda de los franceses en turismo, Raúl Castro busca estabilidad económica y,
en su proceso de apertura, los cubanos desean encontrar vías de consolidación
económica y financiera
La petrolera estatal rusa Rosneft anunció un
acuerdo con la empresa estatal cubana Cubametals para suministrar a la isla
250.000 toneladas de petróleo y productos refinados (alrededor de 1,8 millones
de barriles). A mediados de mes de esa entrega, debía llegar un primer
cargamento, con 249.000 barriles de diésel. De acuerdo con Reuters, el
suministro completo podría tener en el mercado un valor de 105 millones de
dólares, si bien se supone que La Habana nunca lo acabará pagando, como tampoco
paga el petróleo venezolano. Porque es un convenio de servicio. Si tuviera
fondos, en realidad podría recurrir a diversos productores.
Se trata
de un claro salto cualitativo, pues entre 2010 y 2015 Rusia solo había enviado
a la isla crudo y derivados por valor de 11,3 millones de dólares, cifra
notablemente reducida teniendo en cuenta además que la mayor parte de esos años
el precio del petróleo era aproximadamente el doble.
Aunque a
comienzos de 2014 Moscú expresó interés en volver a Cuba –el ministro de
Defensa, Sergei Shoigu, anunció la intención de contar de nuevo con una base
militar en la isla, así como en Venezuela y Nicaragua–, las urgencias de
entonces en Ucrania y luego en Siria aparcaron cualquier plan al respecto. El
año pasado, Rusia volvió a comentar su deseo de «reabrir» bases en el exterior,
y no descartó que la lista incluyera Cuba, donde hasta 2001 estuvo operativa la
estación de radar de Lourdes (hoy tendría más cerca que nunca al presidente de
EE.UU., dado que Donald Trump despacha muchos asuntos sensibles en Mar-a-Lago,
su complejo hotelero en Miami). El notable aumento de la subvención petrolera
por parte de Rusia es la primera expresión visible de ese nuevo regreso a Cuba,
de una manera parcial.
La crisis
en que ahora se encuentra Venezuela, ha hecho que los envíos a la isla hayan
bajado a unos 60.000 barriles diarios, lo que supone una reducción del 40%. Eso
supone que Cuba ya no puede mantener las ventas al exterior que luego
realizaba, de forma que en 2016 tuvo unos ingresos por ese concepto de apenas
15 millones de dólares, frente a los 500 millones que obtenía en 2013, antes de
la abrupta caída de los precios del crudo (un descenso del 97%).
EL 7
de mayo de 2000, casi coincidiendo con el día de la Victoria en Europa, que
conmemora el triunfo aliado sobre el régimen nazi en la que para los rusos será
siempre la “Gran Guerra Patriótica”, Vladimir Vladimirovich Putin se
convirtió formalmente y por derecho propio en el segundo presidente de la
Federación Rusa, sucesora mayor de la extinta Unión Soviética y también .por
vocación histórica y a pesar de la forzosa hibernación a la que estuvo sometida
durante el gobierno de Boris Yeltsin- del Imperio de los zares.
Fue
precisamente Yeltsin quien lo designó Primer Ministro en agosto de 1999.
Y fue también Yeltsin quien, con su inopinada renuncia el 31 de diciembre de
ese mismo año, acabó de impulsarlo al centro de la palestra política, en la que
muy pronto empezó a demostrar tanto su audacia como su astucia, y que al cabo
de 15 años sigue dominando prácticamente por completo, aupado primero en la
eficacia de la “mano dura” con que puso fin al conflicto armado en Chechenia,
en la bonanza del petróleo y otras materias primas después, y finalmente, en la
reivindicación cada vez más vehemente y asertiva del lugar de Rusia en el
escenario internacional, tal como lo puso en escena hace poco tiempo, al
desplegar ante los ojos del mundo 16 mil soldados, 200 vehículos armados y 150
aviones en el desfile militar más ostentoso desde la era soviética.
Quién sabe
por cuánto tiempo más estará Putin al frente de los destinos de Rusia. La
reforma constitucional aprobada por la Duma en 2008 amplió el periodo
presidencial de cuatro a seis años, así que en principio estará en el poder
hasta 2018, con la posibilidad (que él mismo ha dejado entrever) de postularse
para un nuevo periodo. De conseguirlo, sobrepasaría entonces a casi todos
sus predecesores en el Kremlin, incluidos Stalin y Brezhnev y la inmensa
mayoría de los zares de la Rusia moderna.
Hace 15
años Putin heredó una Rusia postrada en lo económico, vapuleada en lo político,
y emocionalmente devastada tras el colapso del Imperio Soviético. Nada
habría podido empeorar luego de los años de Yeltsin, durante los cuales su
débil liderazgo -casi rayano con la abulia- se conjugó con el estancamiento, la
agitación interna y el avance de Occidente en la antigua esfera de influencia
de Moscú (incorporación a la OTAN de Polonia, Checoslovaquia y Hungría).
Contra ese
telón de fondo resultaba fácil que alguien con su carácter y con su
conocimiento de la psicología política empezara a destacar, no sólo mediante
demostraciones efectivas de contundente poder y mediante otras acciones
concretas apalancadas en el usufructo de los réditos de la recuperación
económica, sino también a través una intensa y permanente campaña
propagandística que condujo a nuevas formas de culto de la personalidad (Putin
convertido en ícono y modelo, encarnación viril del espíritu ruso); a una
peculiar reelaboración del pasado según la cual, por ejemplo, la disolución de
la Unión Soviética fue el suceso más trágico de la historia universal y, por
otro lado, nada tuvo de reprochable el Pacto Ribbentrop-Molotov ni los
protocolos secretos que lo acompañaron (los cuales allanaron el camino a la
invasión de Polonia por los nazis en 1939); y a una proyección no menos
peculiar del presente a través de los medios de comunicación como el portal
noticioso Rusia Today cuyas crónicas y reportajes parecen
referirse a un mundo paralelo.
A todo lo
anterior habría que añadirle un inflamado discurso nacionalista que exige de
suyo la represión de disidencias y fracturas hacia adentro y la recuperación de
la influencia perdida y el protagonismo de primer orden hacia fuera.
Víctimas de lo primero han sido durante todos estos años tanto la oposición
política, la prensa independiente, la sociedad civil organizada, e incluso
algunos empresarios proscritos de la nueva nomenklatura por
sus diferencias con el régimen, e incluso las minorías sexuales y hasta las
integrantes del grupo punk Pussy Riot.
El impacto
de lo segundo se ha sentido con especial intensidad en Georgia y en
Ucrania. Pero también en los Países Bálticos -que solicitan a la OTAN una mayor presencia de
la alianza en sus territorios ante lo que perciben como constante amenaza
proveniente de Moscú-, así como en sus relaciones con Europa y con los Estados
Unidos (cuya erosión intenta compensar mediante nuevos alineamientos y
partenariados como los BRICS; con un giro creciente hacia Asia y un
entendimiento más amplio con China; y con la reactivación de sus relaciones con
antiguos interlocutores y socios estratégicos, como Cuba y Nicaragua en América
Latina, por no hablar del papel que Rusia ha tenido como valedora del régimen
de Bachar el Asad en Damasco).
Es
sumamente lamentable que Venezuela no aparezca en la planificación rusa y sus
aliados
Sería sin
embargo un error atribuirle todo el mérito de su longevidad política a su
carisma personal y a su propio talento, a un conjunto de circunstancias y
coyunturas favorables, o a su habilidad estratégica para identificar
oportunidades y evadir riesgos. La clave es mucho más compleja y hunde
sus raíces en la identidad histórica y política rusa.
Así lo
intuyó el escritor ruso Mijaíl Bulgákov en su novela “La guardia blanca”,
ambientada en el periodo crítico en el que se solaparon la I Guerra Mundial
-desastrosa para los rusos- y la Revolución, que no lo fue menos. En
Rusia, dijo Bulgákov, sólo son posibles dos cosas: la ortodoxia y la
autocracia.
Quizá al
cabo de algunos años las memorias de Putin se leerán como esos “espejos de
príncipes” escritos por los preceptores medievales para sus regios pupilos, y
que contenían consejos y advertencias sobre el arte de gobernar, es decir,
sobre la adquisición, el ejercicio, el aumento y la conservación del
poder. En sus páginas tendrán un papel protagónico la ortodoxia -tanto en
el plano religioso y moral como político, y como fundamento de la identidad y
de la cohesión social- y la autocracia -el personalismo, el enroque, el partido
virtualmente único, el control y el disciplinamiento de la
sociedad- y todo lo que las hace posibles: la represión, la corrupción,
la omnipotencia del Estado y el militarismo. Y quién sabe cuántos las
lean, en Rusia o en otros lugares del mundo, para intentar repetir la
receta.
(*) Docente universitario, especializado en Filosofía Moderna y
semántica jurídica. Ex alumno del Premio Nobel de La Paz, Adolfo Pérez
Esquivel.
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