Aventis
El gobierno bolivariano de Venezuela,
debe ser claro en sus planteamientos económicos y confrontar directamente a los
adversarios de la nación. Resulta inadmisible que sigamos ayudando a unos
países del Reino Unido y de agrupaciones internacionales que son llamados a
conformar fuerzas de ataques y ejercicios militares a muy poca distancia de
nuestras costas, Los
antecedentes históricos de la problemática de la concertación, la cooperación,
y la integración latinoamericana y caribeña datan de hace más de 520 años.
Mediante la dominación colonialista, el aplastamiento socio‑étnico‑cultural, el
sometimiento de los aborígenes a formas de trabajo semiesclavo y la importación
de esclavos africanos, Nuestra América fue incorporada a la entonces naciente
formación económico social capitalista como suministradora de riqueza que abonó
el proceso de acumulación originaria del capital. Se fija así su ubicación
subordinada y dependiente en la división internacional del trabajo, que muta
acorde con las exigencias de cada estadio de desarrollo del capitalismo, pero
sin que deje de llevar, junto a Asia y África, la peor parte de los efectos de
la Ley del desarrollo económico y político desigual. Saqueada del oro y la
plata de sus minas en los siglos XVI, XVII y la primera mitad del XVIII –sin
recibir a cambio bien europeo alguno–, y luego sujeta a diversas modalidades de
intercambio desigual de productos primarios por productos industriales, que
repercute en una siempre creciente deuda externa, y por momentos incluso
«desconectada» de las principales potencias capitalistas de esta historia de
dominación, explotación, subordinación y dependencia, se deriva que cada una de
las naciones latinoamericanas estableció –y sigue aprisionada por– relaciones
económicas, comerciales y financieras verticales con potencias extra
regionales. Lo mismo sucede con los países de habla inglesa, francesa y
holandesa del Caribe que accedieron a la independencia en la segunda posguerra
mundial. El correlato de esas relaciones verticales es la desintegración o falta de integración económica del
subcontinente. A pesar de los mecanismos regionales y subregionales de integración
creados a partir de la década de 1960, esta sigue siendo una utopía, entendida según la conocida
definición de Eduardo Galeano: mientras más caminamos hacia ella más se aleja,
pero nos impulsa a caminar.
Las primeras ideas de unidad latinoamericana fueron
de Francisco de Miranda (1750‑1816), quien concibió un imperio llamado Colombia,
formado por los territorios de Hispanoamérica y Brasil. Quien más hizo para
tratar de forjar esa unidad fue su discípulo, Simón Bolívar (1783‑1830), cuya
visión era la de una república federal también llamada Colombia. Con ese
propósito, recién concluido el proceso de independencia de Hispanoamérica, en
1826, a instancias de Bolívar se celebra el Congreso Anfictiónico de Panamá.
Sin embargo, este fracasa debido a que las repúblicas hispanoamericanas eran
demasiado extensas y diversas y carecían
de un desarrollo económico y un mercado capitalistas que sirvieran de base para
asentar una unidad nacional. De modo que la naciente América Latina resultó
incapaz de establecer vínculos políticos, económicos y sociales que cimentaran
su unidad.
Es común oír, en genérico, alusiones a los
mecanismos intergubernamentales existentes en América Latina y el Caribe como mecanismos
de integración. Si bien esas funciones se interrelacionan en mayor o menor
medida, en el caso del subcontinente se ha avanzado mucho más en la
concertación y la cooperación, mientras que en la «integración» priman los
acuerdos comerciales y de inversiones basados en el regionalismo abierto,
que refuerzan la histórica relación vertical de cada nación latinoamericana y
caribeña con los centros de poder mundial y, por consiguiente, impiden una
genuina integración regional orientada a satisfacer las necesidades de los
pueblos. En rigor, no puede decirse que en todos los países de América Latina y
el Caribe exista la conciencia, la voluntad y la decisión de construir esa
genuina integración. Esta todavía una batalla que debemos librar «cuesta
arriba». Aunque Gran Bretaña fue la principal metrópoli neocolonial de América
Latina entre las décadas de 1850 y 1920, a la larga fueron los Estados Unidos
los que, partiendo de su supremacía inicial en la Cuenca del Caribe,
progresivamente lograron vencer las resistencias y afianzar su dominación
política, económica, militar y cultural en todo el subcontinente. Esa dominación
fue impuesta mediante la combinación de dos mecanismos, a saber, las acciones
unilaterales de fuerza y la construcción de un sistema de relaciones
intergubernamentales hegemonizado por esa nación.
Las acciones unilaterales de fuerza contra las
naciones latinoamericanas y caribeñas comienzan durante la fase de expansión
territorial de los Estados Unidos en la masa continental de América del Norte
(1777‑1853), período durante el cual se produce, entre otros, el despojo de más
de la mitad de los territorios de México mediante la Guerra de 1847 y la Compra
de Gadsen (1853). Por su parte, la construcción del llamado Sistema
Interamericano comienza en el período en que los Estados Unidos ingresan en la
fase imperialista del capitalismo, con la celebración de la Primera Conferencia
Internacional de las Repúblicas Americanas (1889‑1890) y la Conferencia
Aduanera Internacional Americana (1891), y solo logra materializarse alrededor
de cinco décadas después –a raíz del ascenso de los Estados Unidos al peldaño
de principal potencia imperialista, ocurrido en la Segunda Guerra Mundial–,
mediante la creación de la Junta Interamericana de Defensa (JID, 1942), el
Tratado Interamericano de Asistencia Recíproca (TIAR, 1947) y la Organización
de Estados Americanos (OEA, 1948), complementado después del triunfo de la
Revolución Cubana con la fundación del Banco Interamericano de Desarrollo (BID,
1962). En los primeros tres lustros de la posguerra, la hegemonía
estadounidense sobre el resto de las naciones imperialistas fue reforzada en
virtud de su papel protagónico principal en la guerra fría, la reconstrucción
posbélica y la carrera armamentista, mientras en América Latina su dominio se
extendió y profundizó con la imposición de dictaduras militares y gobiernos
civiles autoritarios dóciles a sus dictados, justificada con el pretexto de
combatir la «amenaza extra continental del comunismo». En los años cincuenta,
la época del macartismo y el rock and roll, los afiebrados delirios de
conquista, dominación, explotación y «grandeza» de los «padres fundadores» (founding
fathers) parecían haber encarnado –en una magnitud y con un alcance que
ellos no podían siquiera haber imaginado–, en un supuestamente sólido sistema
de dominación imperialista mundial que, sin embargo, resultó no ser tan sólido
porque se resquebrajó e hizo crisis entre finales de los años sesenta e inicios
de los setenta.
Tan pronto como el imperialismo logró sortear la
crisis del sistema financiero internacional ocasionada por el crecimiento
desenfrenado de la deuda externa, el gobierno de Bush la institucionalizó como
mecanismo de dominación y penetración. Mediante el Plan Brady, Bush encubrió
ese proceso con la apariencia de cierta flexibilización y alivio con respecto a
la política de elevación de las tasas de interés, restricción de créditos y
exigencia de pagos, impuesta por Reagan. Con este antecedente, el lanzamiento
en diciembre de 1989 de la Iniciativa para las Américas o Iniciativa
Bush, incluida la idea de crear un Área de Libre Comercio de las Américas,
se convirtió en el catalizador de un giro de ciento ochenta grados en la
actitud de los gobiernos de América Latina. La ilusión generada por el supuesto
libre acceso al mercado de los Estados Unidos, no solo sirvió para que las
burguesías de la región enterraran sus diferencias con Washington, sino también
para ayudar a vencer su resistencia a pagar los costos de la reestructuración
neoliberal. Esos costos consistían en enfrentar la crisis económica, política y
social de la región, incluida la quiebra de una parte importante de sus propios
capitales, la desarticulación del sistema político electoral y la represión del
movimiento popular de protesta y resistencia.
Como contraparte, el factor negativo es la
imposición del nuevo orden mundial, que restringe aún más que antes la
independencia, la soberanía y la autodeterminación de las naciones del Sur. Fue
la apuesta a que podría someter a todos los países latinoamericanos a los
nuevos mecanismos transnacionales de dominación la que en última instancia
llevó al imperialismo norteamericano a dejar de oponerse «de oficio» a todo
triunfo electoral de la izquierda, como había hecho históricamente. Los
triunfos electorales de las fuerzas latinoamericanas de izquierda y
progresistas, cosechados desde finales de la década de 1980 en los niveles
municipales y estaduales de gobierno, y en las legislaturas nacionales de
varios países, tardaron años en franquear la barrera del acceso al gobierno
nacional. Esto último ocurrió con la elección de Hugo Chávez como presidente de
Venezuela, a partir de la cual se produjeron las siguientes victorias:
Venezuela, Hugo Chávez (1998, 2000, 2006 y 2012) y Nicolás Maduro (2013);
Brasil, Luiz Inácio Lula da Silva (2002 y 2006) y Dilma Rousseff (2010);
Uruguay, Tabaré Vázquez (2004) y José Mujica (2009); Bolivia, Evo Morales (2005
y 2009); Ecuador, Rafael Correa (2006, 2009 y 2013); Nicaragua, Daniel Ortega
(2006 y 2011); Honduras, Manuel Zelaya (2006, derrocado en 2009); Paraguay,
Fernando Lugo (2008, derrocado en 2012), El Salvador: Mauricio Funes (2009); y
Perú, Ollanta Humana (2011, aunque luego una parte importante de la izquierda
rompió con su gobierno.
Sobre la actualidad política en la región: “En
América Latina, hay varios proyectos que buscan una alternativa al poder
imperial, pero no son todos iguales. Hay gobiernos revolucionarios, como los de
Bolivia, Venezuela y Ecuador; gobiernos progresistas, como los de Argentina y
Brasil; y gobiernos de derecha. En los revolucionarios y progresistas, los
pueblos escriben su propia historia”.
En referencia a los retos que plantea el poder económico
mundial a América Latina, Moldiz Mercado aseveró: “Hoy estamos más articulados
que antes y tenemos grandes potencialidades, pero también con muchos desafíos y
peligros: hay una contraofensiva mundial del capital que está empezando en
África, mientras que América Latina está en la mira. Por eso, creo que es
necesario desarrollar proyectos radicales y gestar una nueva institucionalidad
para derrotar al capitalismo”.
Por último, en su exposición, Rinesi historizó los
modos en que, en las últimas décadas, se utilizó el concepto de 'democracia' en
el país “En la Argentina, desde la posdictadura, hay cuatro grandes modos de
pensar la democracia. El primero corresponde al momento de transición
democrática, en el que se la ve como una utopía. Diez años después, en 1993,
empezó a entenderse como una costumbre, como algo cotidiano. Hay un tercer
momento muy vigoroso a fines de 2001 al que llamaría de la ‘democracia como
espasmo’, en la que esta volvió a asumir un valor fuertemente político, como
una práctica viva de los ciudadanos. Desde 2003, se piensa la democracia como
un proceso: se entiende que no se conquistó de una vez y para siempre, sino que
hay un movimiento permanente. Hay un pasaje de la idea de democracia a la de
democratización, que supone un proceso de profundización de los derechos”.
Para cerrar, y en relación con la mirada del
Estado, el filósofo explicó: “Es visto como aquel que garantiza nuestros
derechos. No se nos aparece como una amenaza, sino como una posibilidad de
ampliación de derechos y libertades. Esta no es una forma ingenua de pensar el
Estado, hemos aprendido que del otro lado del Estado no está la libertad, sino
la injusticia más absoluta. El desafío teórico y político de la región es
pensar el Estado, que se ha vuelto un elemento fundamental de nuestros procesos
políticos”.
El espacio es la dimensión de la multiplicidad, de
la existencia simultánea de trayectorias. Sin embargo, la modernidad
históricamente ha señalado una sola trayectoria, un futuro predefinido. Así,
las diferencias contemporáneas, entre países por ejemplo, se organizan en una
línea temporal que permite diferenciarlos como desarrollados, en vías de desarrollo
o subdesarrollados. Es una forma de entender el mundo en la que ya se sabe cuál
es el futuro, por eso, a este nivel, no hay cuestiones políticas, no hay
alternativas, no hay multiplicidad. Así, hablar de modernidades múltiples
supone reconocer la posibilidad de un futuro abierto a distintas formas de
evolución”.
¿Qué es lo que podría constituir una multiplicidad
que sea un verdadero reto para el modelo hegemónico?, nos preguntamos. No hay una respuesta, pero
se sugieren ciertos criterios. Una verdadera alternativa supondría retar los
principios básicos del modelo hegemónico, desarrollar una lógica propia y un
modelo económico sostenible.
Más allá de la permanencia de destructores
norteamericanos en la región, lo que más crítico es que tendencias internas del
Psuv favorecen a opositores venezolanos
y le otorgan divisas para que incidan en la adquisición de productos a dólar preferencial
para venderlos a dólar preferencial. Lo que resulta ser, una economía incierta
en todo el sentido de la palabra
Es bochornoso observar largas colas en los
mercados, promocionados por el mismo gobierno para atacar a hombres y mujeres,
que apenas tienen un salario básico para satisfacerse o sustentarse.
La guerra bacteriológica, económica y consumismo a
través del capital, ya hace mella en
nuestros bolsillos desde hace meses y Estados Unidos logra una orquestación
desde hace meses para destruir al país bolivariano venezolano. Es un sabotaje
alimentario premeditado y cuyas autoridades competentes por región se
encuentran al tanto de la situación y confrontación por las denuncias hechas.
Los políticos de derecha, ocasionan una constante
alarma en el poder adquisitivo de las personas y, en ésta etapa de transición
al Socialismo, reina una gran ingenuidad por parte de muchos venezolanos. Hay que
mejorar las condiciones de inversión y que la oferta venga acompañada por una
estabilización del ambiente económico, ya que los ingresos petroleros son mínimos
y golpea la capacidad adquisitiva del venezolano.
Ya en Venezuela, nadie ejerce una economía de
periferia y, desde Putin con sus aliados hasta
los hermanos Castro quieren cimentarse en un terreno preparado para
ello, teniendo presente a Guyana y Colombia.
Hay un silencio para romper con los pronósticos.
Estamos en un fenómeno ampliado con relación a contenidos diplomáticos, los
ingleses en las islas caribeñas hacen su trabajo y nos bloquean económicamente,
en base a las dos leyes activadas y lo
relacionado con el marxismo. Estados
Unidos de Norteamérica le interesa nuestra energía.
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