La Tecla
Fértil
Emiro Vera
Suárez
La masacre
registrada recientemente en París, más que un acto de matanza nos revela la
retaliación por ser vista en una revista humorista la figura del profeta Mahoma
de una manera muy satírica
Y esa
masacre podría no ser solo un acto de venganza contra un grupo de periodistas,
sino, posiblemente, el inicio de una serie de actos terroristas contra Francia,
países de Europa y del resto del mundo.
François
Hollande, David Cameron y Angela Merckel vienen amedetrando a los Estados musulmanes
y arremetiendo contra su estructura geográfica, llamándolos hasta de cruzados,
ya han dado el inicio eventual de una nueva era globalizada donde se tiene
previsto el control petrolero del medio oriente.
Las escenas
habituales de los parisinos caminando de prisa, envueltos en sus bufandas y
cubiertos de gruesos abrigos y gorros para combatir el invierno de comienzos de
año, se cambiaron por las de los corrillos en medio de la calle, los rostros
temerosos y las miradas inquietas, el temor de algunos de abordar el metro sin
motivo específico y los taxistas, menos monosilábicos que siempre, aventurando
teorías sobre el futuro del país. Basta con asomarse a cualquier calle de París
para percibir la sensación de inquietud e incertidumbre que se respira en la
ciudad en estos días.
Días atrás, millones de personas no
sabían que existía Charlie Hebdo, pero hoy prácticamente todos han visto la
nueva portada, de este semanario,
condenadas por los fanáticos islamistas. No es el caso. El extremismo islámico
no necesita que lo provoque un lápiz, porque, sus misiones terroristas metafísicas
están basadas en la interpretación fanática del Corán y la usurpación de sus
tierras que, una vez fueron transitadas por Mahoma y Jesús.
Existe una actitud medrosa que coincide con la que llevan años
predicando numerosos líderes europeos, a coro con el oráculo que dicta las
normas de lo políticamente correcto. Ahora reproducen en las redes sociales el
célebre ‘¡Je suis Charlie!’, pero hasta el día de la masacre tildaban a Charlie
Hebdo y a sus colaboradores asesinados de provocadores irresponsables que no
respetaban la diversidad cultural y religiosa.
Existe una realidad, los estadounidenses han planeado las operaciones de falsa bandera en
Europa para crear odio contra los musulmanes y reforzar la esfera
de influencia de Washington en los países europeos.
Según el jefe de redacción del
Washington Post ese periódico decidió no publicar las caricaturas porque tienen
la política editorial de no publicar material que pueda ofender a grupos
religiosos. Con esos mismos argumentos el Die Zeit, de Alemania, tampoco
publicó las caricaturas. Mucho más controvertido resultó un editorial del jefe
de Europa del Financial Times, Tony Barber, quien acusó al semanario francés de
ser “irresponsable editorialmente”. Aunque Barber afirmó que nada de eso
justificaba la masacre, lanzó la tesis de que no se podía invocar la libertad
de expresión en este caso porque se trataba de un semanario que provocaba de
manera estúpida a los musulmanes franceses. La reacción en contra de este
editorial fue de tal magnitud en las redes sociales que al diario le tocó sacar
una versión más moderada online, horas más tarde.
Los grandes medios franceses e italianos sí decidieron publicar en papel y en sus versiones online, las viñetas del Charlie Hebdo bajo el lema de Je suis Charlie. “Lo hicimos para que el lector entendiera de qué se estaba hablando”, afirmó el jefe del periódico italiano Corriere della Sera en ese diario. A ellos no les importó que las viñetas ni las caricaturas fueran ofensivas o blasfemas. Las publicaron en señal de protesta, para decirles a los terroristas que ni la ironía ni la sátira habían muerto y que el debate debería hacerse en esos escenarios sin recurrir a la violencia ni a la ejecución.
Los grandes medios franceses e italianos sí decidieron publicar en papel y en sus versiones online, las viñetas del Charlie Hebdo bajo el lema de Je suis Charlie. “Lo hicimos para que el lector entendiera de qué se estaba hablando”, afirmó el jefe del periódico italiano Corriere della Sera en ese diario. A ellos no les importó que las viñetas ni las caricaturas fueran ofensivas o blasfemas. Las publicaron en señal de protesta, para decirles a los terroristas que ni la ironía ni la sátira habían muerto y que el debate debería hacerse en esos escenarios sin recurrir a la violencia ni a la ejecución.
Y mientras Francia vive su propio 11 de septiembre, el
crecimiento de movimientos de izquierda, como Podemos en España y Syriza en
Grecia, asusta más al gran capital que los extremismos musulmanes. El
sangriento atentado cometido por diaristas islámicos contra el semanario
satírico Charlie Hebdo, en París, puede verse de dos maneras diferentes y
contrapuestas. Una, desde la tolerancia y el relativismo de la civilización
liberal y democrática hoy imperante en el Occidente laico, a la cual se ha llegado
tras siglos de barbarie, a partir del impulso de la Ilustración dieciochesca y
no sin retrocesos frecuentes .La otra, desde la barbarie misma.
Pero la provocación, la subversión, el
libertinaje, son actitudes que desde hace tiempo la civilización occidental
tolera sin pestañear. El Estado francés que hoy representa Hollande nunca les
puso a las audacias y excesos de Charlie Hebdo más trabas que alguna multa o un
cierre temporal cuando pisaban demasiado los bordes del código penal
republicano. Al contrario: daba protección policial al semanario contra
posibles ofendidos menos permisivos (dos policías murieron en el asalto), y
llegó al extremo de distinguir con la roseta de la Legión de Honor a Wolinski,
uno de sus más feroces colaboradores. Igualmente curioso es que Wolinski
hubiera aceptado la condecoración: también él se movía en el ámbito de la
tolerancia mutua.
La otra manera de considerar el asunto es la de los propios asesinos, fundamentalistas religiosos que ejecutaron la bárbara matanza al grito de “¡Alá es grande!”. Consiste en verlo como un episodio de violencia legítima dentro de un conflicto de gigantescas proporciones: la guerra casi universal, religiosa y política, espiritual y territorial, que libran la Cristiandad y el Islam desde hace catorce siglos. Así lo ve el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) que al parecer domina ya buena parte de Siria y el noroeste de Irak, y que calificó a los terroristas de París de “combatientes heroicos en defensa del profeta Mahoma”. Y así lo entienden también, desde el otro lado, sectores europeos de extrema derecha y creciente peso político, como el UKip inglés (partido por la independencia del Reino Unido) o el Front National francés. Así, la presidenta hereditaria de este último, Marine Le Pen, dice que con el atentado “el Islam le ha declarado la guerra a Francia”; y Nigel Farage, líder del UKip, llama “quinta columna” islamista infiltrada en Europa a los millones de inmigrantes venidos de las antiguas colonias.
Y si bien se mira, tampoco el presidente Hollande está tan alejado de esa postura belicista como podrían darlo a entender sus bellas palabras. Porque bajo su dirección Francia participa en la guerra aérea (por ahora) que en Siria y en Irak adelantan dos docenas de países encabezados por los Estados Unidos contra el EIIL. Y bajo la dirección de su antecesor Sarkozy participó en la guerra contra los talibanes (estudiantes islámicos) de Afganistán, y en el aplastamiento del régimen, laico pero musulmán, de Gadafi en Libia. Y desde hace decenios, desde la descolonización oficial, las fuerzas militares francesas no han dejado de intervenir en el África negra musulmana. Otro tanto han hecho, al menos desde el atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Manhattan ejecutado por Al Qaeda y atribuido sucesivamente a los talibanes afganos y al dictador iraquí Sadam Hussein, todas las demás potencias occidentales. Con el único resultado, por lo que se ha ido viendo, de que se fortalece el fundamentalismo islámico y aumenta en medio planeta, desde Mauritania hasta Indonesia pasando por Irán, el odio hacia Occidente.
Y en el otro medio, la paranoia antiislámica. El uno y la otra contribuyen a que se cumpla el vaticinio sobre el “choque de civilizaciones” formulado hace veinte años por el asesor de la Casa Blanca Samuel Huntington. Solo que se trata en realidad de un choque de barbaries.
La otra manera de considerar el asunto es la de los propios asesinos, fundamentalistas religiosos que ejecutaron la bárbara matanza al grito de “¡Alá es grande!”. Consiste en verlo como un episodio de violencia legítima dentro de un conflicto de gigantescas proporciones: la guerra casi universal, religiosa y política, espiritual y territorial, que libran la Cristiandad y el Islam desde hace catorce siglos. Así lo ve el Estado Islámico de Irak y el Levante (EIIL) que al parecer domina ya buena parte de Siria y el noroeste de Irak, y que calificó a los terroristas de París de “combatientes heroicos en defensa del profeta Mahoma”. Y así lo entienden también, desde el otro lado, sectores europeos de extrema derecha y creciente peso político, como el UKip inglés (partido por la independencia del Reino Unido) o el Front National francés. Así, la presidenta hereditaria de este último, Marine Le Pen, dice que con el atentado “el Islam le ha declarado la guerra a Francia”; y Nigel Farage, líder del UKip, llama “quinta columna” islamista infiltrada en Europa a los millones de inmigrantes venidos de las antiguas colonias.
Y si bien se mira, tampoco el presidente Hollande está tan alejado de esa postura belicista como podrían darlo a entender sus bellas palabras. Porque bajo su dirección Francia participa en la guerra aérea (por ahora) que en Siria y en Irak adelantan dos docenas de países encabezados por los Estados Unidos contra el EIIL. Y bajo la dirección de su antecesor Sarkozy participó en la guerra contra los talibanes (estudiantes islámicos) de Afganistán, y en el aplastamiento del régimen, laico pero musulmán, de Gadafi en Libia. Y desde hace decenios, desde la descolonización oficial, las fuerzas militares francesas no han dejado de intervenir en el África negra musulmana. Otro tanto han hecho, al menos desde el atentado terrorista contra las Torres Gemelas de Manhattan ejecutado por Al Qaeda y atribuido sucesivamente a los talibanes afganos y al dictador iraquí Sadam Hussein, todas las demás potencias occidentales. Con el único resultado, por lo que se ha ido viendo, de que se fortalece el fundamentalismo islámico y aumenta en medio planeta, desde Mauritania hasta Indonesia pasando por Irán, el odio hacia Occidente.
Y en el otro medio, la paranoia antiislámica. El uno y la otra contribuyen a que se cumpla el vaticinio sobre el “choque de civilizaciones” formulado hace veinte años por el asesor de la Casa Blanca Samuel Huntington. Solo que se trata en realidad de un choque de barbaries.
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