La Tecla Férti
Europa, viene forjándose en plena crisis para darle auge al nuevo Pacto del
Euro y evitar una explosión de los países deudores, luego de haber pasado la
emergencia de Libia para complacer la política exterior estadounidense. Hasta
el momento, la concreción del campo diplomático no funciona y ahora, París
lleva mucho tiempo siendo acusada de sus propios males. Lo más significativo es
que la baronesa Catherine Asthon, de origen británico trae confusiones y dudas
en sus teorías políticas porque los intereses geopolíticos tienen un carácter
primario.
La intervención a Libia no ha traído progreso a la Unión Europea, la muerte
de Gadafi es muy latente en muchas almas musulmanes, donde Mahoma es el regidor
de cada uno de esos sentimientos. Cada uno, piensan en sus tierras, me refiero
a Alemania, Francia, Italia y Portugal. Los políticos de estas tierras, desean
utilizar su imagen como herramienta internacional y sirven de instrumento a una
imagen personal, la de Ángela Meckel. El euro baja y sube frente al dólar, ya
no es una moneda única.
En materia económica los intereses nacionales también pueden discrepar.
Pero de momento prevalece la convicción de que las ventajas de la pertenencia a
una zona económica integrada son superiores a los inconvenientes. Esto no
ocurre en política exterior. El caso de Libia es un buen ejemplo de ello:
Francia, tras haber titubeado ante la situación de Túnez, pretende recuperar
sobre nuevas bases su influencia en el Mediterráneo; para Alemania, cuya zona
de influencia política ha cambiado hacia Europa Central y Oriental y cuyos
intereses comerciales se encuentran en India y China, se trata de una guerra
inútil y costosa.
El resultado es paradójico: es la primera crisis internacional en la que
dos países europeos (Francia y Reino Unido) se encuentran en primera fila y al
mismo tiempo se hace trizas la política exterior y de seguridad europea. Como
es natural, París y Londres no lo ven del mismo modo: piensan que actúan
"en nombre" de Europa, al ser las únicas potencias aún en liza. La
percepción de los demás países de la UE es que Francia y Reino Unido actúan
"en lugar" de Europa. Hay una gran diferencia. El acuerdo
franco-británico de cooperación.
Y, aunque estos dos países representen cerca de la mitad de los gastos
militares europeos y sean los únicos que disponen de armas nucleares y de un
puesto permanente en el Consejo de Seguridad de la ONU, no tienen ninguna
intención de diluir su cooperación bilateral en una "institución"
europea que no controlen. Además, la Agencia Europea de Defensa, confiada desde
hace unos días a un director francés, nunca se ha puesto en
marcha. Por último,
el caso de Libia revela los límites de la capacidad militar existente: para intervenir,
los británicos y los franceses han necesitado misiles Tomahawks
estadounidenses. Y utilizan bases italianas.
La repuesta de los libios llego a París. Los parisinos se olvidan de
Argelia, para no hablar del Tratado de Lisboa. Los franceses han decretado una
alerta máxima, los principales responsables de las divergencias con el Medio
Oriente. Barack Obama, Ángela Meckel y
David Cameron dieron su parte de dolor, pero ellos motivaron la
desgracia en Irak y Libia, ahora Siria, toda la vieja Mesopotamia, los
musulmanes aman a su profeta Mahoma, como los cristianos a Jesús.
¿Se enfrenta Europa a un nuevo nivel de
amenaza terrorista como resultado de la creciente violencia en Oriente Medio? ¿Cuál
debe ser la respuesta de Occidente? ¿Justifica un ataque así la reflexión sobre
los límites de la libertad de expresión? La mayoría de los franceses islámicos
son argelinos. Los países de Occidente y otras regiones jamás asumen el control
exhaustivo de sus extranjeros, un gran negocio para los países de origen que
ven salir a una población poco trabajadora y muchas veces solo desean la ayuda
del Estado benefactor. Gadafi mantenía con la renta petrolera a toda Europa y
el Reino Unido.
Lo sucedido
en París es la expresión contemporánea de un fanatismo religioso que -desde
tiempos inmemoriales y en casi todas las religiones conocidas- ha plagado a la
humanidad con muertes y sufrimientos indecibles. La barbarie perpetrada en
París concitó el repudio universal. Pero parafraseando a un enorme intelectual
judío del siglo XVII, Baruch Spinoza, ante tragedias como esta no basta con llorar, es preciso
comprender. ¿Cómo dar cuenta de lo sucedido?
La
respuesta no puede ser simple porque son múltiples los factores que se
amalgamaron para producir tan infame masacre. Descartemos de antemano la
hipótesis de que fue la obra de un comando de fanáticos que, en un inexplicable
rapto de locura religiosa, decidió aplicar un escarmiento ejemplar a un
semanario que se permitía criticar ciertas manifestaciones del Islam y también
de otras confesiones religiosas. Que son fanáticos no cabe ninguna duda.
Creyentes ultra ortodoxos abundan en muchas partes, sobre todo en Estados
Unidos e Israel. Pero, ¿cómo llegaron los de París al extremo de cometer un
acto tan execrable y cobarde como el que estamos comentando? Se impone
distinguir los elementos que actuaron como precipitantes o desencadenantes –por
ejemplo, las caricaturas publicadas por el Charlie Hebdo, blasfemas para la fe
del Islam- de las causas estructurales o de larga duración que se encuentran en
la base de una conducta tan aberrante. En otras palabras, es preciso ir más
allá del acontecimiento, por doloroso que sea, y bucear en sus determinantes
más profundos.
Recordemos, en marzo del 2003 George W. Bush dio inicio a la campaña
militar para escarmentar a Hussein: invade el país, destruye sus fabulosos
tesoros culturales y lo poco que quedaba en pie luego de años de bloqueo,
depone a sus autoridades, monta un simulacro de juicio donde a Hussein lo
sentencian a la pena capital y muere en la horca. Pero la ocupación
norteamericana, que dura ocho años, no logra estabilizar económica y
políticamente al país, acosada por la tenaz resistencia de los patriotas
iraquíes. Cuando las tropas de Estados Unidos se retiran se comprueba su
humillante derrota: el gobierno queda en manos de los chiítas, aliados del
enemigo público número uno de Washington en la región, Irán, e
irreconciliablemente enfrentados con la otra principal rama del Islam, los
sunitas. A los efectos de disimular el fracaso de la guerra y debilitar a una
Bagdad si no enemiga por lo menos inamistosa -y, de paso, controlar el avispero
iraquí- la Casa Blanca no tuvo mejor idea que replicar la política seguida en
Afganistán en los años ochentas: fomentar el fundamentalismo sunita y atizar la
hoguera de los clivajes religiosos y las guerras sectarias dentro del
turbulento mundo del Islam. Para ello contó con la activa colaboración de las
reaccionarias monarquías del Golfo, y muy especialmente de la troglodita
teocracia de Arabia Saudita, enemiga mortal de los chiítas y, por lo tanto, de
Irán, Siria y de los gobernantes chiítas de Irak.
Claro está que el objetivo global de la política estadounidense y, por
extensión, de sus clientes europeos, no se limita tan sólo a Irak o Siria. Es
de más largo aliento pues procura concretar el rediseño del mapa de Medio
Oriente mediante la desmembración de los países artificialmente creados por las
potencias triunfantes luego de las dos guerras mundiales. La balcanización de
la región dejaría un archipiélago de sectas, milicias, tribus y clanes que, por
su desunión y rivalidades mutuas no podrían ofrecer resistencia alguna al
principal designio de “humanitario” Occidente: apoderarse de las riquezas
petroleras de la región. El caso de Libia luego de la destrucción del régimen
de Gadafi lo prueba con elocuencia y anticipó la fragmentación territorial en
curso en Siria e Irak, para nombrar los casos más importantes. Ese es el
verdadero, casi único, objetivo: desmembrar a los países y quedarse con el
petróleo de Medio Oriente. ¿Promoción de la democracia, los derechos humanos,
la libertad, la tolerancia? Esos son cuentos de niños, o para consumo de los
espíritus neocolonizados y de la prensa títere del imperio para disimular lo
inconfesable: el saqueo petrolero.
El resto es historia conocida: reclutados, armados y apoyados diplomática y
financieramente por Estados Unidos y sus aliados, a poco andar los
fundamentalistas sunitas exaltados como “combatientes por la libertad” y
utilizados como fuerzas mercenarias para desestabilizar a Siria hicieron lo que
en su tiempo Maquiavelo profetizó que harían todos los mercenarios:
independizarse de sus mandantes, como antes lo hicieran Al Qaeda y bin Laden, y
dar vida a un proyecto propio: el Estado Islámico. Llevados a Siria para montar
desde afuera una infame “guerra civil” urdida desde Washington para producir el
anhelado “cambio de régimen” en ese país, los fanáticos terminaron ocupando
parte del territorio sirio, se apropiaron de un sector de Irak, pusieron en
funcionamiento los campos petroleros de esa zona y en connivencia con las
multinacionales del sector y los bancos occidentales se dedican a vender el
petróleo robado a precio vil y convertirse en la guerrilla más adinerada del
planeta, con ingresos estimados de 2.000 millones de dólares anuales para
financiar sus crímenes en cualquier país del mundo. Para dar muestras de su
fervor religioso las milicias jihadistas degüellan, decapitan y asesinan infieles
a diestra y siniestra, no importa si musulmanes de otra secta, cristianos,
judíos o agnósticos, árabes o no, todo en abierta profanación de los valores
del Islam. Al haber avivado las llamas del sectarismo religioso era cuestión de
tiempo que la violencia desatada por esa estúpida y criminal política de
Occidente tocara las puertas de Europa o Estados Unidos. Ahora fue en París,
pero ya antes Madrid y Londres habían cosechado de manos de los ardientes
islamistas lo que sus propios gobernantes habían sembrado inescrupulosamente.
Ahora en Venezuela, tenemos unos curas hablando de religión y política,
tratando de motivar a la gente.
.
"
No hay comentarios:
Publicar un comentario
No se publicarän notas que contradigan o reflejen un criterio contraetico