Emiro Vera Suárez
Cel.
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La Isabelica. Valencia. Edo Carabobo, Venezuela, ICQ
18399717.
Aventis
ingleses y
estadounidenses, vienen por el control del sur
Quienes promueven el
pragmatismo venezolano lograron un punto a su favor en Chile, al lograr que el
portavion George Washington y su escuadra se encuentren en Valparaiso, Chile.
Los mandatarios de derecha en el Continente buscan cambiar el panorama
suramericano en el campo político y romper con la ideología de Chávez para
darle paso al nuevo pacto de Punto Fijo. Muchos hablan de Jheová para engañar a
los fanáticos religiosos y protestantes. Son ideas ya preconcebidas por el
derechismo y el nuevo estilo de gobernar, evadiendo todo obstáculo.
Aquí, hay un solo
país beneficiario que es Gran Bretaña, quiere despertar el jaguar peligroso en
nuestra tierras.
Perú, tiene su pro a
prestar su territorio para que los ingleses y norteamericanos saqueen sus
antiguas colonias junto a los españoles. Estos colonizadores se asentaron en
éstas tierras para patentar grandes negocios y acordar con las transnacionales.
Los europeos, siempre estuvieron de paso y solo crearon la infraestructura
industrial como la organización empresarial. Hay gobernantes hibridos en
latinoamérica: Piñera y Maduro, solo son dos.
El período que media entre 1823 y 1898, en lo que
compete a la historia de las relaciones de las potencias capitalistas con
América Latina, es portador de un conjunto de años realmente problemático,
ambiguo y conflictivo. La construcción del estado nacional sumirá a los países
latinoamericanos y caribeños, que ingresan a su vida independiente después de
guerras cruentas y devastadoras contra el colonialismo español, en un largo y
tortuoso camino de confrontaciones civiles y readecuaciones económicas para hacerle
frente a la nueva situación, caracterizada, mayormente, por los esfuerzos
hechos por los grupos dominantes para hacerse con un espacio, sostenido y
productivo, en el mercado mundial.
Por otro lado, el final de las guerras napoleónicas
posibilitó una redefinición a fondo de la cartografía imperial de antiguo
régimen y estableció una nueva jerarquía en la estructura internacional de
poder, en la cual sobresaldría notablemente el Reino Unido y todas sus
dependencias, tanto formales como informales. (Esta cuestión del imperialismo
formal e informal, tema de reflexión y discusión historiográfica profunda en el
medio académico británico, durante los años sesenta y setenta del siglo XX,
como ya se ha visto en ensayos anteriores, provocó algunas discusiones teóricas
y metodológicas igualmente importantes sobre los distintos procedimientos que
debería seguir la investigación y estudio del imperialismo entre historiadores,
sociólogos y economistas; pero además introdujo un sesgo temático y documental
que atemperó por un tiempo las implicaciones políticas más radicales sobre el
estudio de las acciones del imperio británico, particularmente, en América
Latina).
Cuando George Canning (1770-1827), el Secretario de
Estado británico para asuntos externos decía en 1824: “Hispanoamérica es
libre, y si nosotros no manejamos mal nuestros asuntos con ella, pronto será
británica”, estaba resumiendo en una sola frase la política exterior de su
gobierno para con los países latinoamericanos, que dejaban atrás años de
expoliación “formal” a manos de españoles y franceses, y entraban así en un
nuevo período de control económico, “informal” según los historiadores
ingleses, donde, supuestamente, la manipulación colonial directa estaría
ausente2.
La mayor parte de los analistas más críticos de
estos asuntos, inspirados de alguna u otra forma por las lecturas leninistas de
Marx sobre la internacionalización del capital, vieron la caída del imperio
español en América Latina como un preludio de la llegada del imperialismo
inglés. Asimismo, otros escritores consideran el deterioro de la influencia
británica en la región, hacia finales del siglo XIX y principios del XX, como
la antesala de la llegada del imperialismo norteamericano. Este ciclo de
“relevos imperiales” pareciera ser sumamente mecánico, para entender el juego
de pesos y contra pesos que soporta la estructura y características de las
relaciones internacionales surgidas después de la independencia de
Hispanoamérica entre 1808 y 1828. No olvidemos que, fundamentalmente, “el
imperio británico estaba interesado en el poder. Pero el poder debe ser
convertido en sistemas de autoridad, ejercida por agentes a través de
estructuras burocráticas. No todos los instrumentos de influencia y control
fueron armas del estado. En ciertas circunstancias, organizaciones comerciales
y sociedades misioneras podían acuerpar y sostener la autoridad imperial. No
obstante, el manejo de un imperio global requería de una red de instituciones
gubernamentales en casa y en ultramar, así como de canales burocráticos para
instrumentar las directivas metropolitanas y las exigencias coloniales”3.
Esta es una aclaración vertebral porque, se ha sostenido, que el imperio
británico, a diferencia de sus homólogos español y francés, no desarrolló
mecanismos y dispositivos institucionales para ejercer una administración
directa sobre sus colonias, y se sirvió, más bien, del reclutamiento y
adiestramiento de personal local4.
La complejidad del aparato institucional y de la
red de relaciones internacionales diseñadas por la Corona Británica, después
del cierre de las guerras napoleónicas en 1815, estaría en relación directa con
su capacidad para establecer un colonialismo formal, al mismo tiempo que se
servía de consignatarios locales donde aquel tuviera lugar. Nunca el colonialismo,
o las distintas formas de imperialismo, han cristalizado sin la cohabitación
con funcionarios, políticos y empresarios de los países que han sido afectados
por sus acciones.
La decisiva superioridad productiva y tecnológica
británica en la generación y creación de artículos manufacturados conducirían,
inevitablemente, hacia una agresiva expansión económica, llamada por algunos
como “imperialismo del libre comercio”5. Temprano en el siglo XVIII,
hubo políticos, intelectuales y empresarios británicos que defendieron la
urgencia del libre comercio; pero también hubo críticas amargas contra la
eventualidad de contar con un imperio colonial, que podía resultar costoso y
perturbador de las relaciones con el resto de Europa. Los pronósticos resultaron
acertados en cuanto a que las pretensiones de Alemania, Francia y otros poderes
emergentes, durante la primera parte del siglo siguiente, se encontrarían con
la prepotencia y la avaricia británicas en el camino.
Sin embargo, el libre comercio y el colonialismo
serían, finalmente, los principios que regirían la política exterior británica.
Tales principios representarían una nueva etapa en el desarrollo de la economía
política internacional, apuntalada por tres ingredientes históricos esenciales
en el despegue del imperio británico. Nos referimos al capitalismo industrial
competitivo, para el cual los mercados extranjeros eran decisivos, el cual
junto a la revolución francesa (1789) y la derrota napoleónica (1815), les
aseguraron a los británicos su preeminencia en los mercados internacionales.
La revolución francesa, sus proyectos, sueños y
aspiraciones nunca tuvieron una gran acogida entre los círculos gobernantes
ingleses, quienes percibían a los revolucionarios de aquella nación como una
banda de arribistas que por casualidad se habían encontrado con la historia.
Con la derrota de Napoleón se estaban socavando también todas las posibilidades
que pudiera haber tenido el proyecto revolucionario francés en Inglaterra.
Fortalecido de esta manera, el empresariado inglés
entraba en una etapa de desarrollo capitalista en la cual todos los posibles
obstáculos serían eliminados con facilidad, a través de la negociación o por la
fuerza, para que las mercancías producidas por sus fábricas y talleres nunca
carecieran de los mercados requeridos para seguirse reproduciendo. La Corona
Británica de esta manera, sobre todo durante el reinado de Victoria
(1837-1901), se convertiría en la depositaria ideológica, militar y política de
los requerimientos expansivos del imperio. Por esto, en sus relaciones con
América Latina, el “imperialismo del libre comercio” inglés tuvo que jugar
hábilmente con sus alianzas, sus lealtades y sus compromisos políticos con las
otras potencias del momento, tales como España y Francia particularmente.
En las guerras de independencia latinoamericanas
Inglaterra apostó por la promesa de un mercado importante para sus
manufacturas, pero al mismo tiempo sostuvo una relación muy ambivalente con la
monarquía española, bajo el principio de que el aliado contra el expansionismo
francés merecía cierto trato especial, en lo concerniente a la navegación
comercial y la asistencia militar, dos aspectos que los ingleses ahora
controlaban de manera casi absoluta.
En la historia económica y la economía política del
imperialismo histórico rara vez se puede encontrar la construcción de un
entramado ideológico y político tan bien articulado, como el que alcanzó a
diseñar la Corona Británica durante el reinado de Victoria. Mientras que para
América Latina los años 1823-1898 recogieron las angustias y desconciertos que
significaron la construcción del estado nacional, y el hacerse con un espacio
en los mercados internacionales, para los ingleses el problema real estaba en
las distintas vías a su disposición para continuar impulsando el proceso de
acumulación que se había abierto con la revolución industrial.
Chávez, analizó la geopolítica latina y jugó con la
participación de las potencias europea, la neutralización de los ingleses y
estadounidenses y abordó los temas en base a dólares y pesos, soles. Porque
Colombia y el Perú, eran los grandes traidores, más los emisarios internos que
comprendían algunos anillos de seguridad, por lo tanto, se evitaba que la
Doctrina Monroe, antecediera algunas acciones e invirtiera el proceso de
libertad.
Sin embargo, el experimento político de quienes
auspician el pragmatismo en Venezuela y Latinoamerica, que incluye al
presidente Nicolás Maduro Moros,tiene serias dificultades desde el principio,
para cristalizarse en virtud de los problemas financieros heredados por los
grupos corporativos, empresarios, y las grandes limitaciones políticas que
existen para que los pequeños países centroamericanos puedan ponerse de acuerdo
sobre la forma de conducir aspectos constitucionales, económicos, monetarios,
de transporte y otros relacionados con la práctica de un gobierno confederado,
inspirado en el ejemplo norteamericano e inglés. La gran traición a
Venezuela por grupos de izquierda venezolanos esta escrita en la
socialdemocracia y el pragmatismo que estímulan desde la propia garganta del
gobierno y el único afectado es el pueblo, que se dejo manipular por el uso
excesivo de la imagén de Chávez por las televisoras del Estado, los
estadounidenses e ingleses vienen a cobrar y caro, allí estan sus aviones y
destructores, en plena costa atlántica latinoamérica y un Esequibo desafiante,
sigamos pues, construyendo casas y proporcionando dólares a San Vicente y
Haití, origenes de nuevos escándalos comerciales y financieros y asiento del
más hábil presidente norteamericano, Bill Jefferson Clinton como moderador
estadounidense hacia Latinoamérica, nos chuparon bien chupados, bien por Temir
Porras, el gestor de una política clásista y pragmatica en Venezuela que nos
llevara a un reacomodo del Capitalismo en el Sur como sistema funcionalista y
de largo alcance, que rompe con la
verdadera estructura de izquierda y de equilibrio entre los pueblos del
Sur.
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