Aventis
La tierra entre el Tigris y el Éufrates ha sido
escenario de indecibles horrores en años recientes. La agresión de George W.
Bush-Tony Blair en 2003, que muchos iraquíes compararon con las invasiones
mongolas del siglo XIII, fue un golpe letal más. Destruyó mucho de lo que
sobrevivió a las sanciones de la ONU impulsadas por William Clinton contra
Irak, condenadas por genocidas por los distinguidos diplomáticos Denis Halliday
y Hans von Sponeck, quienes las administraban antes de renunciar en señal de
protesta. Los devastadores informes de Halliday y Von Sponeck recibieron el
tratamiento que se suele dar a los hechos indeseables.
Una consecuencia terrible de esa invasión se
muestra en la guía visual a la crisis en Irak y Siria del New York Times:
el cambio radical de los vecindarios en que convivían diversas religiones, en
2003, a los actuales enclaves sectarios, atrapados en un odio profundo. Los
conflictos incendiados por la invasión se han extendido y ahora reducen toda la
región a escombros.
Gran parte de la zona del Tigris y el Éufrates está
en manos del Isis y su autoproclamado Estado Islámico, sombría caricatura de la
forma extremista del islam radical que tiene asiento en Arabia Saudita. Patrick
Cockburn, corresponsal de Te Independent en Medio Oriente y uno de los
analistas mejor informados sobre el Isis, lo describe como una horrible
organización, en muchos sentidos fascista, muy sectaria, que mata a todo el que
no cree en su particular versión rigurosa del islam.
Egipto se ha hundido en uno de sus tiempos más
oscuros bajo una dictadura militar que continúa recibiendo apoyo de Washington.
Su destino no fue escrito en las estrellas: durante siglos rutas alternativas
han sido bastante viables, pero no con poca frecuencia una pesada mano imperial
ha bloqueado el camino.
Hoy Estados Unidos cacarea sobre los 100 años de
independencia energética que logrará al convertirse en la Arabia Saudita del
próximo siglo, el cual muy probablemente será el siglo final de la civilización
humana si las políticas actuales persisten. Uno podría incluso, tomar un
discurso de hace dos años del presidente Obama en la ciudad petrolera de
Cushing, Oklahoma, como una elocuente sentencia de muerte para la especie.
Obama proclamó con orgullo, ante grandes aplausos:
Ahora, en mi gobierno, Estados Unidos produce más petróleo que en cualquier
momento de los ocho años pasados. Es importante que se sepa. En los tres años
anteriores, he dirigido mi gobierno al objetivo de abrir millones de hectáreas
a la exploración en busca de gas y petróleo en 23 estados. Estamos abriendo más
de 75 por ciento de nuestros recursos petroleros potenciales en las costas.
Hemos cuadruplicado el número de pozos, hasta un número sin precedente. Hemos
agregado suficientes oleoductos y gasoductos nuevos para dar la vuelta a la
Tierra y poco más.
Los aplausos también revelan algo acerca del
compromiso del gobierno con la seguridad. Es necesario asegurar las ganancias
industriales, así que producir más gas y petróleo aquí en casa seguirá siendo
una parte esencial de la estrategia energética, como prometió el presidente.
El sector empresarial realiza grandes campañas
propagandísticas para convencer al público de que el cambio climático, si llega
a ocurrir, no es resultado de la actividad humana. Estos esfuerzos se dirigen a
superar la excesiva racionalidad del público, que sigue preocupado por las
amenazas que la abrumadora mayoría de científicos considera próximas y
ominosas. Para decirlo sin ambages, en el cálculo moral del capitalismo de hoy,
un mayor bono mañana vale más que el destino de nuestros nietos.
¿Cuáles son las perspectivas de sobrevivencia,
entonces? No son brillantes. Pero los logros de quienes se han esforzado
durante siglos por lograr mayor libertad y justicia dejan un legado que es
posible retomar y llevar adelante… y debe ser así, y pronto, si hemos de
sostener las esperanzas de una supervivencia decente. Y ninguna otra cosa puede
decirnos con mayor elocuencia qué clase de criaturas somos.
Son dos perfiles, una sola verdad. En el pasado
confiamos en Nicolás Maduro Moros, porque todos tenemos virtudes y defectos,
pero ahora su lucha es otra, no quiere adecuarse a esta coyuntura histórica y,
solamente escucha unas orientaciones políticas del extranjero. Mariela Castro,
hija del gobernante Raúl Castro, presidente de la isla de Cuba, señaló muy
puntualmente en una entrevista que: “Ningún gobierno en ningún lugar del mundo bajo las condiciones
de violencia y hostilidad que está viviendo Venezuela, puede desarrollar ningún
tipo de proyecto
El presidente Maduro, viajo mucho al Medio Oriente
y a Cuba, observo que se extravió en el poder y La Constituyente no le va a resolver
la situación que el mismo se buscó
. El pueblo ya está cansado de
tanta injusticia, los partidos políticos y los sindicatos se han convertido en
agencias de colocación para enchufar adeptos, a costa del dinero público y, de
esta manera amigos y parientes asumen cargos, sin tomar en cuenta el perfil
laboral. Aquí, en nuestro país jamás he escrito sobre descréditos a camaradas u
opositores, en mi transitar por este camino de las letras, solo quiero una
transparencia y austeridad en el ejercicio laboral, eso, de llamar a todo, crisis,
es una burla al lector.
Ya, a la
ciudadanía le interesa poco las organizaciones políticas. Los colocan en un
tercer lugar, quiere acabar es con las chulerías y acabar la caravana de los
viajes gratis y el pelaje. La regeneración democrática de los partidos
políticos y los sindicatos pasa por una ley, que nunca harán, y que diga: «Ningún
partido político, ninguna central sindical, podrá gastar un bolívar más de lo
que ingrese a través de las cuotas de sus afiliados».
Lo probable, sin embargo, es que sigan
cínicamente haciendo lo mismo, chapoteando en el derroche y el despilfarro. Y
los ciudadanos inteligentes continuarán aguantando mecha, porque el descrédito
de los partidos políticos en la primera mitad del siglo pasado condujo al
fascismo en Italia, al nazismo en Alemania, al estalinismo en Rusia, al
franquismo en España, al salazarismo en Portugal.
En
Venezuela, no queremos caudillismo u totalitarismo, eso quedo atrás, queremos
democracia socialista del Siglo XXI, como lo concibió Chávez En consecuencia, queremos
La Constitución concebida por nuestro comandante.
Las
encuestas varían, pero, las hostilidades deben quedar atrás y como
revolucionarios, debemos sancionar los excesos y la historia está reflejando
que necesitamos una reorientación política y el Defensor del Pueblo, no podía
estar vacacionando en el Líbano, por razones ya conocidas. Por todos es
conocido, Putin y Trump se tienen simpatía, así que no busquemos más víctimas y
no confío en esta Constituyente. Pero, si amo el concepto revolucionario y la
manera como Chávez abrazo La Constitución.
Cuanto más se polariza la crisis venezolana,
Nicolás Maduro continúa acelerando su metamorfosis de presidente
(supuestamente) electo por el voto popular y amparado bajo la imagen de Chávez,
a individuo del más puro estilo tradicional latinoamericano, capaz de lanzar el
ejército a cientos de miles de delincuentes armados y asesorados por fuerzas
extrañas del país y, contra
sus (des)gobernados compatriotas que han decidido ejercer su derecho de
manifestación pacífica. Para
buscar la manera de renovar las autoridades políticas en nuestro suelo.
Por el momento, es un hecho que el culebrón
cubano-venezolano está viviendo por estos días una escalada verdaderamente
dramática y nadie sabe cuál será el desenlace. Pero en medio de tanta
incertidumbre una cosa parece irrefutable: lo que se juega actualmente en
Venezuela no es sólo el futuro de esa nación, sino el rumbo al que se
encaminarán los próximos pasos del régimen cubano que, más allá de las
adversidades de Nicolás Maduro y sus amigos, continúa siendo el dueño absoluto
de los destinos de la Isla. Así, pues, díganos, General Castro, ¿cuál es el
plan B?
Debemos salir de este estado transitorio. Cerrar los
procesos e ir a una Constituyente, validando el poder Popular.
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