La
Tecla Fértil
En
Venezuela, no podemos hablar de Guerra Económica, porque nunca ha existido, es
una estratégia típica de la justificación y se ejecuta mediante criterios y
acciones inapropiadas y, lo que existe es una mala política económica que
determina severas implicaciones en la estructura geopolítica- territorial del
Estado Bolivariano y los venezolanos están suficientemente documentados para
discernir sobre esta realidad. Aquí, hay poca gente para pensar sobre lo que
piensa y, obvian solventar los problemas dialogando, en ninguna parte, el
monologo es suficiente. Es necesario argumentar las partes y enfrentarse a una
realidad, más allá del infantilismo izquierdista y el maniqueo de los
manipuladores de oficio.
La
izquierda, siempre ha sido un sector crítico, por las posiciones ambivalentes,
aunque la presidencia de la república, siempre manifiesta un solo criterio de
avance. La izquierda, necesita gente con coraje en sus puestos de mando
intermedio. Lo ahogan la corrupción y no tienen la valentía para romper las
estructuras de los movimientos de carácter vecinal, contrarios al gobierno.
Aquí, no es cuestión de alianzas, sino de trabajo para conseguir un apoyo
electoral amplio y pasar de este período democrático, al verdaderamente
socialista, nos encontramos en un período de transición y desconocemos si vamos
a un gobierno dictatorial a nivel militar o a una mano cerrada con Maduro en la
presidencia, él ya se expresó al respecto. La política de la alianza ya no da
un resultado plausible.
Las
situaciones políticas, no deben ser impuestas, tienen que ser consultadas desde
la base partidista para lograr acordar posiciones de control social para evitar
los choques con la derecha. Estamos en un frente neoliberal godo que es
reflejada en la antigua Convergencia copeyana que apoyó a Caldera y gobernó con
él, durante años y ahora, los hijos de estos dirigentes son los que
protagonizan desde el Psuv y la MUD, papeles de gran preminencia histórica.
El poder, volvemos a ello, es una relación social.
Autores como Hobbes, Rousseau y, por supuesto, liberales puros como Locke o
Montesquieu, establecieron la idea de que el poder tenía una cualidad especial
que le hacía acreedor de su exigencia de obediencia. El poder, como tal, era
legítimo y había que obedecerlo. Por ser de origen divino, por representar el
dinero o el conocimiento, por salir de unas elecciones que trasladan el ser del
pueblo a los gobernantes.
Spinoza, Maquiavelo o Marx, abren las puertas para
entender que el poder es una relación social, esto es, que no hay ninguna
cualidad especial sino un contexto de relación de fuerzas. Obedecer, deja de
ser evidente. Si los que tienen que obedecer, no lo hacen, el edificio se
desmorona.
Pero el pueblo empoderado, cuando dice basta, frena toda
esa maquinaria que, cuando no tiene respuesta, parece imbatible e
incuestionable.
Lo que parece no tener sentido (¿a quién molesta que los
pobres busquen comida en los cubos de basura?), recibe mucha luz cuando es
interrogado desde los intereses de los privilegiados del orden existente (antes
se decía, “de los intereses de las clases dominantes”, pero suena algo
trasnochado y distrae).
El derecho romano prohibía que los esclavos vistieran de
la misma forma. Tenía mucha lógica: uní-formarlos era abrir la posibilidad de
que los propios esclavos se dieran cuenta de que eran muchos, de que eran los
que hacían todo y de que eran los que no tenían nada. Los pobres escarbando en
los cubos de basura recuerdan con demasiada fiereza que hay gente que ya no
está teniendo para comer, que son muchos y que, si se pelean entre ellos para
sobrevivir, igual dan un salto y empiezan a pelear contra los responsables de
su hambre. Si ocultas el hambre y sus estragos, les niegas el nombre. Y lo que
no tiene nombre, no existe.
Acaban de editar y publicar en España el último
libro de Bob Jessop, que es un teórico marxista del Estado, donde deja muy
claro que buena parte de los debates que nos han tenido entretenidos en la
Teoría del Estado durante 20 años eran absurdos. El estructuralismo de [Louis]
Althusser, el instrumentalismo de [Ralph] Miliband, eran todas construcciones
que llevaban a callejones sin salida. De la misma manera, el último gran debate
sobre el Estado es erróneo, en el cual John Holloway plantea que hay que
cambiar el mundo sin tomar el poder.
Sin la herramienta del Estado es imposible cambiar
algo, lo cual no significa que no sea cierto que el Estado es siempre parte del
problema. Pero si tú no tienes la palanca del Estado – que es lo que dice el
modelo neoliberal – para desmantelar todo lo que se ha construido desde la
salida de la crisis del 29′, desde el New Deal de Roosevelt,
pero también toda la construcción de los Estados Sociales en el mundo
occidental o de los Estados Desarrollistas en América Latina, yo digo que sin
esa palanca estatal hubiese sido imposible desmantelarlo.
Eso hace que la izquierda, o lo que vaya a hacer la
izquierda en el futuro, tiene tres grandes problemas que no ha resuelto y que si no los solventa
no va a ir a ningún lado: (i) entender
que necesita el aparato del Estado, que tiene que tener la capacidad de
hacer del aparato del Estado un instrumento eficiente para la transformación
social y eso implica inteligencia al respecto; (ii) el manejo de los medios de comunicación,
como un elemento esencial, que es una lógica que pertenece a la derecha, al
mundo consumista, al mundo del entretenimiento, del espectáculo y que no
sabemos desde las posiciones emancipadoras hacer, es decir, medios de
comunicación que funcionen, y; (iii) la globalización, donde estamos fracasando profundamente y, por el
contrario, la derecha acierta, pues es capaz de construir sinergias globales,
mientras que nosotros lo único que hacemos es fragmento tras fragmento.
Una vez decía Boaventura De Sousa Santos que una
teoría sin práctica es inútil, y una práctica sin teoría esta ciega. Los
debates en relación a los años 70′ han sido muy estériles. He estado leyendo
recientemente los trabajos de Miguel Enríquez, y uno los ve con la perspectiva
del siglo XXI y nota que buena parte de esas tesis eran voluntaristas, pecaban
de un exceso de voluntarismo porque medían mal lo que tiene que ser la
principal herramienta de un revolucionario, que es medir bien la correlación de
fuerzas. Si las mides mal, estás condenado a exigir a las masas sacrificios
heroicos absurdos. Eso creo que es una irresponsabilidad.
Y Maduro, es parte de esa irresponsabilidad, la
presidencia no es individualista y el modelo cubano, nunca será apropiado a
nuestra democracia, son dos resultados distintos con una sola incidencia.
No hay solución que no pase por cabalgar las
contradicciones en el siglo XXI. Como yo vengo diciendo, igual que la luz es
onda y partícula, vamos a tener que ser una cosa y su contraria. La única
manera de no caer ni en tacticismos, ni en oportunismos, ni en contradicciones,
es inyectar a los debates mucha masa popular. Ya no es tiempo de vanguardias.
Las vanguardias hacen falta o los liderazgos hacen falta solamente como
reductores de incertidumbre, pero ya no se aceptan bajadas de línea que la
ciudadanía tenga que seguir acríticamente. En ese sentido, creo que es muy
relevante entender que si vamos a tener que ser onda y partícula, si vamos a
tener que ser partido y movimiento, locales y globales, consumistas y
ecologistas, si vamos a tener que cabalgar muchas contradicciones, la única
solución es mantener ese equilibrio constantemente engrasado, es decir, que no
quiebren el eje vertical, jerárquico, que garantiza el poder para,
es decir, que garantiza unir todo ese vapor para meterlo en una caldera y que
funcione como una turbina, pero que tampoco falle esa politización que
solamente se consigue de manera horizontal y a través del debate, y que es el
que permite que haya ese gas social para que después la turbina camine. Creo
que es esencial mantenerlo.
¿Cómo se hace? Boaventura [de Sousa Santos] plantea
que hay que hacer que todos los cambios sociales que han sido ocultados
emerjan, porque son potenciales elementos de transformación. Y luego, los que
ya están emergiendo hay que cuidarlos, hay que dialogarlos. Allí hay una discusión
que hemos tenido en Venezuela sobre Lacau, que no se trata de construir
significantes vacíos sin más. Es verdad que en la fase de impugnación de
cualquier régimen hace falta una gran indignación que se va a construir
trazando un ellos y un nosotros, que va a ser más de brocha gorda que de
pincel.
en la fase constituyente necesitas armar todas las demandas populares y
hacerlas compatibles a través de un proceso de traducción. No a través
de que se vacíen las demandas de los venezolanos para que sean comprendidas por
los sindicalistas, y los sindicalistas vaciar la suya para que sean entendidas
por las feministas, y que éstas vacíen la suya para ser entendidas por los
estudiantes universitarios. Hay que entender donde se traducen, que de alguna
manera se hagan corresponsables. Y por eso, tampoco vale una lógica de
vanguardia porque hay determinadas cuestiones donde tú vas a tener que moderar
tus propuestas para hacerlas compatibles con otras propuestas, entendiendo los
tiempos, los recursos y la correlación de fuerzas. Por eso no son tiempos de
vanguardia.
Pero, sabemos ya, de la ignorancia de nuestros
constituyentistas, ya vamos conociendo los resultados
.

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