Asidero
* Zapatero, Fernández y Aznar incubaron sus
finanzas en Latinoamérica
La justicia española, ha venido adoptando medidas
cautelares hacia Carles Puigdemont, su pensamiento siempre estuvo fuera de
España, en su amada Bruselas. Extorsionó en la fe a los independentistas de Cataluña, humildes
hombres de trabajo, desconocedores del ambiente político real de la jerarquización,
lucha de clases y Monarquía española. La resistencia en Cataluña se expuso
desde sus residencias hasta en las calles, ya vemos, los resultados.
Ha fallado la estrategia y el movimiento de base
para cautivar a la academia de Madrid y coherencia para quebrar al fabricante
de independentistas, Mariano Rajoy y, al finalizar este primer team, su
fortalecimiento es muy claro.
Cataluña, no estaba preparada para el nacionalismo
soberano y fallaron sus líderes, El Jordi Pujol, Artur Mas y Pasqual Maragall,
convirtiéndose en el tiempo en un chantaje frontal.
Puigdemont quizá por light, frío y calculador ni siquiera se atrevió
a arriar la bandera española del
Palau de la Generalitat, ni osó asomarse al balcón tras simular la secesión, ni
consiguió el más mínimo apoyo internacional a su relato. Ese nacionalismo
soberanista, cuyo único capital decente son muchos ciudadanos de base, se lo tendría que mirar.
La gente que movilizaban fue engañada y, la mayor
sorpresa fue el discurso oficial utilizado para provocar a la policía y dejar
constancia de algunos derramamientos de sangre. Me llena de vergüenza, como
descendiente de españoles y residente en Venezuela como unos ciudadanos con
experiencia política se dejaron sobrevolar con el mensaje de Carles. Ni en el
tiempo de Ghandi en la histórica India.
Hay un aplastamiento a la conciencia política de un
país, tal como sucede en Venezuela, solo, hay que quejarse más allá de la
frontera, en países como Chile, Argentina, España, Perú y Ecuador. En mi
opinión, la reconstrucción nacional paso a paso, que ilusionó a tantos y tantos
catalanes y venezolanos -amplio autogobierno, recuperación de la lengua, modelo
de escuela decidido por el Parlament, municipalismo innovador, modernización
económica- debía sacrificarse para que el mundo no dudase de la maldad de España y del Legado
chavista. Los militares, en nuestro caso, silenciaron la revolución
bolivariana. El caso Ameliach y Miguel Flores con los alimentos es un caso
patético de ello.
Lo que demuestra que Cataluña y Venezuela, nos
muestran débiles leyes jurídicas en casos de desfalcos y compromisos sociales,
ante el pueblo.
En el Reino Unido los ciudadanos tuvieron la
desgracia de tener que esperar a que ya hubiesen votado a favor del 'brexit'
para conocer lo que suponía y enterarse de las inexactitudes de la propaganda
previa. Aquí, todavía a tiempo, empezamos
a tener indicios sobre lo que nos esperaría si llegase el tipo de
independencia que sigilosamente nos preparan en nombre de una revolución
bolivariana y en España, dividir a España en pequeños virreinatos.
Conozco a bastantes personas que con tal de perder de vista a la actual España de Rajoy les
vale cualquier cosa, incluida la independencia enigmática que le ofrecen los
del 'procés'. Saben poco de ella y, entienden que la vía secretista de acceder
a ella tiene carencias democráticas esenciales, pero le encuentran varias
virtudes. La principal: es una propuesta de carácter inmediato. La segunda: les
han dicho que es posible, pero que si no se materializa tampoco pasará nada
trascendente («el no ya lo tenemos») porque creen que el precio son unas
simples tensiones que en todo caso podrán olvidarse después de no demasiado
tiempo.
Tanto esos catalanes como los 'indepes' de verdad,
los que llevan a la espalda un largo recorrido, y también, creo, la mayoría de
quienes todavía intentarían –antes de apoyar la secesión– una reforma
constitucional real, como primera fórmula para desmarcarse de esos españoles
que siguen votando lo que es Rajoy,
lo que hace y lo que encarna, todos ellos, casi toda Catalunya en suma, desconocen lo que hay a la vuelta de la
esquina si en octubre se encarrilase la independencia.
Los franceses tienen tantos defectos como los
demás, pero a veces cuando se enfadan saben pegar buenos puñetazos en la mesa y
reaccionar. Lo de Macron me
parece prometedor. Los franceses han visto en él una oportunidad para romper muchas malas inercias y él parece
estar preparado para intentarlo. Como no soy partidario de la pena de muerte,
me parece buena idea que los inventores de la guillotina hayan llevado a los
colegios electorales unos sucedáneos suyos democráticos que, sin derramamientos
de sangre, entre las elecciones presidenciales y legislativas, se han
llevado por delante a una buena
parte de los luises y las mariantonietas que medraban. Las finas hojas
de las papeletas han caído sobre sus cuellos mandándoles a hacer puñetas.
Así, se han sacado de encima, de golpe, a muchos rajoys y a muchos
de los que se le parecen y vivían en otras bancadas. Y también a muchos tibios,
quizá más decentes pero que en los últimos años han perdido mucho tiempo no
haciendo evolucionar las cosas con un poco más de radicalidad. Porque Francia
como país tiene incoherencias
insostenibles que cuando los reformistas llegaban al poder parecían
problemillas que podían aplazarse para no enfadar a los electores que debían
reelegirles.
Macron se ha cargado de un puntapié
cosas tan arraigadas como el tabú que obliga a tanta gente a no ser exigente y
someterse a la llamada lógica del
voto útil, casi siempre inútil a medio y largo plazo. A dejarse enredar
por quienes predican que son expertos en mantener el orden, que es como llaman
ellos a la sumisión a sus imposiciones sociales, a sus connivencias con el mundo
económico no electo y al mantenimiento de su hegemonía de grupo. Lo ha hecho
con una invitación de una sola palabra que sus rivales ya no tienen derecho a
usar: ¡cambiemos. Y para empezar ha nombrado un Gobierno de gente capaz de
todos los colores, pero en el que quien se ocupará de la sanidad es médico, el
de los temas ecológicos es un experto reconocido en la materia, el de Interior
ha administrado una de las grandes ciudades difíciles, y un ministro de
Hacienda que si hace una amnistía fiscal –que no la hará– y encima luego se
dictamina que era inconstitucional, esa noche dormirá fuera de palacio.
¿Puede decepcionar este ensayo? Claro que sí.
Pero Macron intenta
que si decepciona sea intentando de verdad replantear cosas. Lo digo no siendo
de los que en principio votan a quienes tienen, como él, prioridades liberales
–es decir, poco intervencionistas– ante las desigualdades. Pero soy de los que
quieren la sustitución de líderes obsoletos y ellos, desean políticas que
permitan ilusionarnos por una posible regeneración ética de nuestros
representantes y profundicen en una modernización de la democracia. Y estoy
dispuesto a mirar hacia Francia con un poco de esperanza. Hacia Macron. Deseo
en cada base política, líderes comprometidos con sus comunidades y respeten las
líneas de mando. Es decir, quiero líderes por edificios y jefes de cuadra para
que los alimentos nos lleguen a todos, como los manuscritos ideológicos que,
deben ser revisados por la Escuela de Cuadros. Se debe dejar la falsedad a un
lado, la hipocresía y el canallaje.
Se ha hecho, su presentación un nuevo debate
semántico que nos llega cargado de todas las posibilidades del mundo de
eternizarse, embarullarse y acabar degradando y desnaturalizando lo que quiere
decir una palabra. Me refiero al término violencia, cruzado con el
de su casi sinónimo uso de la fuerza. Estamos en eso, dentro de
la espiral de tensión a la espera
de lo que tendremos en octubre en Cataluña y en diciembre. Venezuela. con
motivo de la consulta de unas elecciones municipales, que un poder legítimo
está organizando y, otro poder legítimo considera imposible que se materialice
por imperativo de nuestro marco legal.
Aunque me arriesgue a pasar a la historia como uno
de los analistas más ciegos de mi generación, diré que no detecto en Catalunya
ningún indicio de insurrección popular masiva a tres meses vista para el caso
de que se convoque y no pueda materializarse el referéndum o elecciones, aunque
sé que habrá una tensión máxima. Percibo, en cambio, un cansancio total de la opinión pública por
la larga y bloqueada situación creada. Y, sobre todo, palpo un resentimiento
absoluto, por decepción, ante la incapacidad de los políticos de ambas orillas
para resolver o siquiera encarrilar alguna solución.
El clarinazo para el debate semántico lo ha dado Puigdemont al pedirle
a Rajoy que
aclare si usará la fuerza para evitar el referéndum o lo que suceda. Un
referéndum que, por cierto, pende de una ley de ruptura de la que Puigdemont no
ha aclarado detalles concretos actualizados. Ni tampoco de lo otro. Ya paso
un 01 de Octubre, No se tomen la
molestia de buscar en los diccionarios un concepto sencillo sobre el uso de la
fuerza o la violencia. Puede ser todo, de tipo físico o con simple papeleo;
puede ser democrático y legal o bien ilegal por no respetar la Constitución
aceptada; puede ser ofensivo o defensivo, justificado o no, proporcional o
no... Es una discusión ideal para todo tipo de desencuentros, pues la
aplicación de esos conceptos a la realidad depende de apreciaciones casi siempre subjetivas.
Por eso es un buen camino intentar interpretar la ortodoxia democrática de la
consulta objetivándola con criterios como el de la Comisión de Venecia. En el caso español, en Venezuela, sabemos la
condición ética del Consejo Nacional Electoral.
En cualquier caso, no sabemos si tendremos un
choque de trenes real, con bofetadas físicas por mucho que nadie las desee, o
un choque más virtual de ofensas, presiones, movilizaciones no trascendentes y
decisiones administrativas. O la tercera posibilidad, que ya apunté meses
atrás, de que al final descubramos que no hay una vía sino dos y que los trenes se cruzarán
gritándose camino de continuar en un empantanamiento aburrido e insatisfactorio
de una autonomía protestona e insatisfecha.
Aunque, esperemos, regida con más sentido común en la administración de los
asuntos ordinarios, los más importantes, por quien tenga la habilidad de
escapar a la inhabilitación. El voto popular, en unas posteriores elecciones
con reglas españoles, pesará mucho en eso.
En Venezuela, comienza las inhabilitaciones y
habilitaciones. Hay que pensarlo bien, por quien sufragar o abstenerse, es lo
mismo.
En 2014, al borde del colapso el soberanismo por su
incapacidad para organizar el 9-N, Artur
Mas mostró el camino: “Sobre todo, tenemos que engañar al Estado.”
Sobre todo, pero no solo: muchos acudieron a las urnas convencidos de estar
rebelándose contra Mariano Rajoy,
sin saber que en secreto el presidente había prometido tolerar la
votación.
El aparente éxito de aquella maniobra animó a la
élite independentista a
persistir en la estafa. Para ganar las elecciones 'plebiscitarias' del 27-S
había que prometer lo imposible. Para seguir en el poder una vez perdido el
plebiscito había que desobedecer al álgebra y sostener que menos de la mitad de
los votos eran una mayoría social. Para consumar el simulacro de referéndum del 1-O había que
convencer a los catalanes de que la república estaba a la vuelta de la esquina,
que bastaba con llenar (y proteger) las urnas chinas para que esta se hiciera
realidad.
De un tiempo a esta parte, quienes venimos
refutando por fraudulentas las vanas promesas del independentismo
unilateralista, a menudo repudiados por no comulgar con ruedas de molino,
escuchamos con estupor a ciertos actores de esta representación política
reconocer abiertamente lo que antes negaron o prefirieron callar. Digo, por las
columnas periodistas y no, nos
hemos equivocado.
En Venezuela, los ingleses, chinos y rusos nos
arrodillan para clamar por un pocillo de café y una arepa, nuestro plato
típico.
Ni los votantes independentistas, ni el resto de
los catalanes ni la dignidad institucional de la Generalitat se merecen este
paripé.
La revolución bolivariana de Venezuela, desea que
los militares regresen a sus cuarteles, porque nuestra situación es de guerra
mediática y cibernética. Ellos controlan la producción y distribución de
alimentos y, lo han hecho mal. Carles
Puigdemont no se da por vencido. El expresidente de la
Generalital llegó a Bruselas de
incógnito acompañado de varios 'exconsellers' no para pedir asilo en Bélgica, ni para "escapar"
de la justicia española, sino para seguir internacionalizando el 'procés' desde
el corazón de Europa y
las instituciones europeas. Pero sí lanzó una advertencia: no tiene intención de regresar hasta
que el Estado español le dé "garantías" de que él y su depuesto
Govern recibirán "un juicio justo".
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