Aventis
Cada vez que en Venezuela se acerca una nueva jornada
electoral, resurgen las dudas y los temores sobre la legalidad del proceso y la
transparencia de los actores a cargo del mismo, específicamente, porque de
nadie es desconocido, que el fraude electoral, se ha convertido en las últimas
décadas, en la máxima expresión de la corrupción política en el país. Algunas
veces reflejado en un ventajismo.
Lejos de encontrar posibilidades de eliminación, los
fraudes electorales se han solidificado, convirtiéndose prácticamente en una
modalidad institucional muy bien arraigada y cuyas secuelas, son la peor
herencia que la clase política puede dejarle a las nuevas generaciones.
La abstención, es un factor primordial de esa distorsión,
porque la ley conmina al ciudadano a votar, pero, en ningún momento, este,
asume responsabilidades hacia el Estado, pero, sí exige derechos. En
consecuencia, debe existir una sanción para ellos y quién critique los
procedimientos del Consejo Nacional Electoral, sin haber ido a sufragar, debe
ser amonestado por las autoridades parroquiales donde reside.
No se trata simplemente de deslegitimar los resultados
electorales solo porque sí, por capricho o porque algunos partidos políticos,
particularmente los de oposición, sean malos competidores, o no tengan
suficiente respaldo popular, es que el sistema electoral venezolano, está en
crisis de credibilidad y operatividad, sin ninguna posibilidad de garantizar la
legitimidad del modelo de votación y transmisión de resultados.
Basta con remitirse a los antecedentes más recientes, la manipulación
del Censo Nacional Electoral y las denuncias de fraude hechas por algunos
líderes políticos que hoy, a conveniencia, defienden el sistema al que hasta
hace muy poco cuestionaron por sentirse afectados. O, el caso del Estado Bolívar.
Estas situaciones agudizan el descrédito de la clase
política y del modelo de elección y transmisión de resultados, que ya urge de
reformas significativas a fin de volverlo transparente, efectivo e
independiente de influencias externas.
No es posible para el caso, que el CNE, siga compartiendo
la administración y representación de las Mesas Electorales Receptoras, con los
mismos partidos políticos en contienda, ni permitiendo la participación abusiva
e indiscriminada de candidaturas “de maletín”, sin respaldo popular y sin
estructuras, surgidas a conveniencia de quienes desean mantener el control en
la mesa.
Estas y otras maniobras fraudulentas, incluso algunas muy
sofisticadas como en los sistemas de cómputo, y que son promovidas por una
clase política experta en este tipo de irregularidades, se convierten en la
principal amenaza para el nuevo proceso electoral, dándole fuerza a la
histórica frase acreditada al líder ruso Joseph Stalin, en el sentido que “no
importa cómo se vota ni quién vota, ni dónde ni a quién. Lo importante es quien
cuenta los votos”.
Ante la duda y la incertidumbre, que con justa razón
priva en los diferentes sectores de la sociedad nacional, es una obligación
ineludible, para el CNE, como órgano líder del proceso electoral, convocar a
los partidos políticos, a sus candidatos municipales, a sus equipos de campaña
e informáticos, para ofrecer la información respectiva, aclarar las dudas y
garantizar la legalidad y transparencia mediante pruebas irrefutables, y estas
garantías hasta ahora no se han ofrecido.
Un político no debe ser nada más que uno más de la comunidad, con
iguales deberes y derechos que otro cualquiera, si todo ello no se cumple y
muchas cosas más que habría que puntualizar; la democracia no existe, y lo que
existe seguirá siendo un conjunto de corrupciones y abusos, cuyo nombre aún
está por definir.
De rodillas solo para orar a Dios.
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