Aventis
Ligar el populismo con la revolución, no es pragmatismo
ideológico y pone en peligro el proyecto bolivariano, el presidente, Nicolás
Maduro Moros lo sabe y es sinónimo de neoliberalismo, así que puede llamarse
este tiempo de democracia socialista, como el tiempo del desencanto con el
espacio político y las instituciones.
Es una etapa dura y, el populismo reflejado en la derecha
por la MUD y la izquierda por el Psuv, refleja sin excepción hasta donde puede llegar
el poder y, donde la tragedia puede abordarnos. Es importante, reconocer los
enemigos de la patria.
El mensaje revolucionario, se viene agotando y el presidente
Maduro, debe darles un giro a sus compromisos estatales y preocuparse mas en
impulsar su gobierno sin populismo. Hay que explorar, de donde proviene los
enojos y el descontento e impulsar un nuevo modelo de propaganda. El discurso populista procura comunicarse con la emoción,
no con la razón.
El populista se presenta como antisistema. Para hacerlo,
condena todo lo vigente o, cuando menos, lo envuelve en una nube de
cuestionamientos e insinuaciones. Contratos y tratados, compromisos estatales
impulsados por gobiernos anteriores, serán reexaminados en el gobierno
populista que, en campaña, no necesita decir por qué. Le basta con aprovechar
el descontento generalizado para sembrar la duda. La postura antisistema es
tanta que nada puede quedar en pie. En democracias maduras, justificadamente
orgullosas de impolutos sistemas electorales, el populista denuncia la
inminencia de fraudes para descarrilar sus aspiraciones y, con ellas, las
esperanzas del “hombre común”. Así, se presenta como víctima de fuerzas oscuras,
descomunalmente poderosas y afincadas en el statu quo.
Así que, tengamos mucho cuidado en la utilización de las
redes sociales para difundir mensajes y ofensas, en una revolución jamás puede
existir inventos y distorsiones de una verdad, nunca apoyar los vicios y la
corrupción, ya que siempre estaremos expuestos a la opinión pública y al debate
de ideas.
Nuestro compromiso es con la verdad, dependiendo de las
tradiciones y costumbre de los pueblos. Los falsos líderes que vayan a drenar
al pantano, poblado por criaturas del resto del espectro político. El mundo
revolucionario es otro croar
Los baños de pureza son práctica cotidiana del populista.
Solo él, y quienes le sigan, entienden la decencia, no importa su historial. El
populista ofrece drenar el pantano, poblado por criaturas del resto del
espectro político, y olvida el húmedo tronco en donde un día anidó y sigue
anidando, con otro croar.
La pureza desemboca, de nuevo, en la indignación, y el
populista ofrece mano dura para aliviar (o avivar) los temores del electorado.
También se empeña en hacer “justicia” con quienes hasta ese momento hubieran
participado en política porque le cuesta trabajo identificar a alguno que no
merezca el calificativo de corrupto, salvo que esté a su lado.
El populista aspira a ser un caudillo, en la peor
tradición latinoamericana, pero, también, europea. Representa una grave amenaza
para las instituciones y el Estado de derecho, al cual siempre profesará defender,
porque conoce los límites impuestos por la ciudadanía que pretende confundir.
Si alcanza el poder, comienza a probar esos límites y, entonces, los pueblos
lamentan no haber reconocido, a tiempo, el populismo.
Estamos en un alarmante proceso de cambio mundial y la
decisión de D. Trump de reconocer a Jerusalén como capital de Israel conlleva a
ejecutar un viraje sistémico de las alianzas construidas por Estados Unidos en
el mundo y es una forma de normalizar las decisiones para acordar las
instituciones multilaterales, clave para el universo financiero, bajo la mirada
del Banco Mundial y Casas de Valores.
Hay que hacerle un abordaje a los impulsos de Estados
Unidos y La Unión Soviética por tratar de vulnerar sus propios liderazgos
diplomáticos e ideológico y enfocarse hacia un populismo debilucho.
Trump, Sacó a Estados Unidos del Acuerdo Transpacífico,
pieza geopolítica y comercial fundamental de su política en Asia, y de la
Unesco, agencia educativa, científica y cultural de las Naciones Unidas.
Anunció el retiro del Acuerdo de París sobre cambio climático, que se concretará
en el 2019. Ha amenazado con desconocer el acuerdo nuclear con Irán, del cual
también son parte Alemania, China, Francia, el Reino Unido, Rusia y la Unión
Europea. Ha enfriado las relaciones con la OTAN, pilar de su entramado de
seguridad, y con aliados europeos clave. Ha exacerbado las tendencias
aislacionistas y exclusionistas de importantes sectores de la población
estadounidense. Ha puesto en alto riesgo el tratado de libre comercio con
Canadá y México. Y ha dado ímpetu a políticos populistas en otros países; entre
ellos el mexicano Andrés Manuel López Obrador.
Durante su campaña a la Casa Blanca, Trump adoptó una
firme postura proisraelí y prometió trasladar la Embajada estadounidense desde
Tel Aviv, donde están la mayoría de legaciones diplomáticas extranjeras, a
Jerusalén. Cuando asumió la Presidencia se dio cuenta de que esa medida es más
fácil de anunciar que de llevar a cabo. Según la ley estadounidense, el
presidente debe firmar una dispensa cada seis meses para que la Embajada
permanezca en Tel Aviv. Trump renovó la exención en junio, como sus
predecesores. Esta semana, se cumplió de nuevo el plazo sin que el mandatario
rubricase la renovación.
El reconocimiento de Jerusalén como la
capital de Israel permitirá a Trump decir que cumplió una promesa de campaña y
contentará a Israel, cuyo primer ministro, Benjamín Netanyahu, es uno de los
principales apoyos del republicano a nivel global.
Sobre el terreno cambiarán muy pocas cosas. La oficina y
la residencia oficial de Netanyahu están en Jerusalén, así como el Parlamento,
la Corte Suprema y el Ministerio de Exteriores del país. Los líderes mundiales
acuden a la ciudad para reunirse con las autoridades. La mayor parte de
Jerusalén es una ciudad abierta donde judíos y palestinos pueden moverse libremente,
aunque un muro levantado por Israel hace más de una década divide algunos
vecindarios árabes y hace que miles de palestinos tengan que pasar por
abarrotados puestos de control para llegar al centro. La interacción entre los
dos bandos es mínima y hay grandes disparidades entre los adinerados
vecindarios judíos y los empobrecidos de los palestinos. Además, la mayor parte
de los más de 300.000 palestinos que viven en la ciudad no tienen ciudadanía
israelí, sino que son considerados “residentes”.
La oposición internacional a la decisión, que incluye a
aliados clave de Washington, ha ido en aumento. En los últimos días, la Unión
Europea, Alemania y Francia pidieron al dirigente que no se pronunciara con
respecto a Jerusalén. La Organización para la Cooperación Islámica, con 57
miembros, dijo que cambiar el estatus de Jerusalén equivaldría a una “agresión
directa” al mundo árabe y musulmán, y la dirección de la Liga Árabe apuntó que
sería una “medida peligrosa que tendría repercusiones” en todo Oriente Medio.
Israel reclama a toda Jerusalén como su
capital, mientras que los palestinos reclaman el sector oriental de la ciudad,
capturado por Israel en la guerra de 1967, como la capital de un futuro estado
independiente.
En la capital de Estados Unidos se siente algo parecido
al pánico. La conducta del presidente Donald Trump estos últimos días ha sido
más extraña que nunca, y una pregunta ronda las mentes de políticos y
ciudadanos por igual, aunque pocos la mencionen en voz alta: ¿Qué se hace con
este hombre? ¿Puede Estados Unidos darse el lujo de esperar a que el fiscal
especial, Robert Mueller, concluya su investigación (suponiendo que hallará que
el presidente es culpable de algo)? Eso todavía llevará algún tiempo.
Lo del tiempo es cada vez
más apremiante, porque ha aumentado el riesgo de que Estados Unidos acabe
metido, por error o deliberadamente, en una guerra con Corea del Norte. Ese
riesgo, sumado a la conducta cada vez más peculiar de Trump, tiene a Washington
en un nivel de tensión que yo nunca había visto (ni siquiera en los oscuros
días del Watergate). Digámoslo sin rodeos: el temor es que un presidente
mentalmente desequilibrado pueda llevar a Estados Unidos a una guerra nuclear.
Nosotros los venezolanos, nos estamos
tomando la medicina que nos toca, es duro reconocerlo, pero los problemas que
afrontamos en este tiempo no son culpa de unos cuantos, no se pueden atribuir a
una sola administración, no tienen nombres y apellidos específicos, si bien hay
unas personas más responsables que otras pues son depositarios del poder de la
administración pública, todos somos parte del caos.
Hablamos de política, hartos de
malos funcionarios, cansados de corrupción, enfermos de inoperancia e
ineficiencia, pero muchos promotores de esas realidades son nuestras
acciones.
No hay venezolano, que no sepa
qué es estar en la argolla, que tenga el número de celular de un funcionario
público, que se cuele en la fila de las entidades, que evada impuestos, que
compre cosas contrabandeadas o receptadas, si no existiera gente con esas
actitudes, entonces no estaríamos en esto.
Venezuela, se convirtió en un
país donde traficar influencias en casi un deporte, ahora stand by por el susto,
pero todo se arregla con llamadas a los “teléfonos rojos” y así lo han
reconocido infinidad de personas de la vida pública.
Evitemos, el populismo y seamos
racionales.
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